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se bañaba; no hacía más que mirar con cara de tonto. Era un molobro, casi con
                toda seguridad. Sin señales distintivas (al menos, ninguna que se pudiera
                individualizar a esa distancia) y con tan poca luz resultaba difícil confirmarlo. Pero
                tal vez le quedaran tiempo y luz para otra comprobación. Miró la ilustración del
                libro, estudiándola con concentración, y volvió a tomar los binoculares. Apenas los
                había fijado en el baño de pájaros cuando un sonoro bum hizo que el probable
                molobro agitara las alas. Stan trató de seguirlo con los binoculares, pero lo perdió.
                Emitió un siseo de disgusto.Bueno, si había venido una vez, tal vez volvería. Y
                después de todo, sólo era un molobro
                   (probablemente un molobro)
                   no un águila dorada o un pingüino emperador.
                   Stan guardó los binoculares en el estuche y apartó su álbum. Después se
                levantó y miró en derredor tratando de individualizar la causa de un brusco ruido.
                No había sonado como un disparo ni como un caño de escape. Antes bien, como
                una puerta abierta de golpe en una película de terror, llena de castillos, mazmorras
                y efectos sonoros.
                   No vio nada.
                   Se levantó y echó a andar hacia la cuesta, rumbo a Kansas Street. En ese
                momento la torre depósito quedaba a su derecha. Era un cilindro blanco,
                fantasmal entre la llovizna y la penumbra. Parecía flotar.
                   ¿Flotar? Qué pensamiento extraño. Seguramente había venido de su propia
                cabeza (¿de qué otra parte podía venir un pensamiento?) pero no le parecía suyo,
                en absoluto.
                   Miró la torre depósito con atención y luego se encaminó hacia allí. El edificio
                estaba circundado por ventanas que lo envolvían en una espiral. Stan pensó en el
                cartel de peluquería que tenía el señor Aurlette en su fachada. Las tablas blancas
                sobresalían sobre cada una de esas ventanas oscuras como si fueran cejas sobre
                un ojo. "¿Cómo habrán hecho eso?", se preguntó Stan, con menos interés del que
                habría sentido Ben Hanscom. Y fue entonces cuando vio que, al pie de la torre,
                había un amplio rectángulo oscuro.
                   Se detuvo y pensó que era un lugar muy extraño para poner una ventana, tan
                asimétrica con respecto a las otras. Por fin se dio cuenta de que no era una
                ventana, sino una puerta.
                   "El ruido que oí -pensó-. Fue esa puerta al abrirse de golpe."
                   Miró alrededor. Un crepúsculo temprano, sombrío. El cielo blanco se disolvía en
                un púrpura opaco; la niebla se espesaba un poco más tomando el aspecto de la
                lluvia franca que caería durante toda la noche. Crepúsculo y neblina, pero viento
                no.
                   Pero... si no se había abierto por el viento, ¿la habría abierto alguien de un
                empujón? ¿Por qué? Parecía demasiado pesada para que alguien pudiera
                empujarla haciendo semejante estruendo. Tal vez una persona muy corpulenta...
                   Stan, curioso, se acercó a investigar.
                   La puerta era más grande de lo que él había supuesto: un metro ochenta de alto,
                sesenta centímetros de espesor; las tablas que la componían estaban sujetas por
                bandas de bronce. Stan la empujó hasta cerrarla a medias. Giraba suavemente
                sobre sus goznes, a pesar del tamaño, y sin hacer el menor ruido.
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