Page 289 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 289

Stan los arrojó a una secadora y puso otros diez centavos. La máquina empezó
                a girar mientras Stan volvía a su asiento entre Eddie y Ben.
                   Por un momento, los cuatro guardaron silencio, observando girar y caer los
                trapos en la máquina. El zumbido de la secadora era tranquilizante, casi
                soporífero. Una mujer pasó junto a la puerta con un carrito lleno de provisiones;
                les echó un vistazo y siguió caminando.
                   --Sí, vi algo -dijo Stan súbitamente-. No quería hablar de eso porque prefería
                pensar que era un sueño o algo así. Tal vez un ataque, como los que tiene ese
                chico Stavier. ¿Alguno de ustedes lo conoce?
                   Ben y Bev sacudieron la cabeza. Eddie dijo:
                   --¿Ese que tiene epilepsia?
                   --Ese, sí. Ya podéis imaginaros si fue grave. Yo habría preferido pensar que era
                algo así y no que había visto algo... real, de verdad.
                   --¿Qué fue? -preguntó Bev.
                   Pero no estaba segura de querer saberlo. Aquello no era como escuchar relatos
                de fantasmas junto a la hoguera de un campamento mientras uno comía
                salchichas y carne asadas. Allí, en esa lavandería automática de ambiente
                sofocante, se veían grandes rollos de pelusa bajo las máquinas de lavar
                (cagarrutas de fantasma, los llamaba su padre), motas de polvo bailando en los
                cálidos rayos de sol que entraban por la sucia ventana, y revistas viejas con las
                cubiertas rotas. Eran todas cosas normales. Bonitas, normales y aburridas. Pero
                tenía miedo. Tenía muchísimo miedo. Porque sentía que esos relatos no eran
                invenciones, que esos monstruos no eran inventados: la momia de Ben, el leproso
                de Eddie... Cualquiera de ellos o ambos podían salir por la noche, tras la puesta
                del sol. O el hermano de Bill Denbrough, manco e implacable, navegando por las
                negras cloacas de la ciudad con monedas de plata en vez de ojos.
                   Sin embargo, como Stan no respondía inmediatamente, insistió:
                   --¿Qué fue? Stan comenzó con cuidado:
                   --Estaba en ese pequeño parque, donde está la torre depósito...


                   --Oh, Dios, no me gusta ese lugar -dijo Eddie lúgubremente-. Si hay en Derry un
                lugar maldito, es ése.
                   --¿Qué? -exclamó Stan, ásperamente-. ¿Qué dijiste?
                   --¿No sabes lo que pasaba allí? -se extrañó Eddie-. Mi madre no me dejaba
                acercar aun antes de que empezaran los asesinatos de chicos. Ella... me cuida
                mucho. -Les ofreció una sonrisa intranquila y apretó el inhalador que tenía en el
                regazo-. Es que allí se ahogaron algunos chicos. Tres o cuatro. Se... ¿Stan? Stan,
                ¿te sientes bien?
                   La cara de Stan Uris estaba gris. Su boca se movía sin sonidos. Sus ojos se
                quedaron en blanco. Una mano trató débilmente de asir el aire y luego cayó contra
                el muslo.
                   Eddie hizo lo único que se le ocurrió: se inclinó hacia él, rodeó con su brazo los
                hombros caídos de Stan y le puso el inhalador en la boca disparando un buen
                chorro.
                   Stan comenzó a toser y a hacer arcadas. Se irguió, con los ojos otra vez
                enfocados y tosió contra el hueco de las manos. Por fin, aspiró profundamente y
                volvió a reclinarse contra la silla.
   284   285   286   287   288   289   290   291   292   293   294