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--¿Y todo eso salió del sumidero? -preguntó Eddie, a quien el espectáculo
                estaba poniendo enfermo. Como su respiración se tornaba dificultosa, sujetó su
                inhalador.
                   Beverly tuvo que contenerse para no romper otra vez a llorar. No quería hacerlo;
                temía que ellos la descartaran como a cualquier otra chica. Pero tuvo que aferrar
                el pomo de la puerta hasta que una oleada de confianza la reconfortó. Hasta ese
                momento no se había dado cuenta de lo segura que estaba de estar volviéndose
                loca, teniendo alucinaciones, o algo así.
                   --Y tus padres no la vieron -se maravilló Ben. Tocó una salpicadura de sangre
                que se había secado en el lavabo, apartó la mano de inmediato y se la limpió en el
                faldón de la camisa-. Caray...
                   --No sé cómo voy a hacer para volver a entrar aquí -dijo Beverly-, a lavarme los
                dientes o... ya me entienden.
                   --Bueno, ¿por qué no limpiamos esto? -preguntó Stanley, de pronto. Beverly lo
                miró.
                   --¿Limpiar?
                   --Claro. Tal vez no podamos dejar muy limpio el empapelado; está en las
                últimas, como quien dice. Pero sí podríamos sacar el resto. ¿Tienes trapos?
                   --Bajo el fregadero de la cocina -dijo Beverly-. Pero si los usamos, mi madre va a
                preguntar por ellos.
                   --Tengo cincuenta centavos -dijo Stan. Sus ojos no se apartaban de la sangre
                que había salpicado el suelo, alrededor del lavabo-. Limpiaremos lo mejor posible
                y llevaremos los trapos a la lavandería automática por la que pasamos al venir.
                Los lavaremos y secaremos; estarán otra vez bajo el fregadero antes de que tus
                padres vuelvan.
                   --Dice mi madre que la sangre no se desprende de la tela - objetó Eddie . .
                Parece que se fija o algo así.
                   Ben soltó una risita histérica.
                   --No importa que salga o no -dijo-: Ellos no la ven.
                   Nadie necesitó preguntar a quiénes se refería.
                   --De acuerdo -aceptó Beverly-. Probemos.



                   8.

                   Durante la media hora siguiente, los cuatro limpiaron como duendes sombríos. A
                medida que la sangre desaparecía de las paredes, el espejo y la porcelana del
                lavabo, Beverly sentía que su corazón se sosegaba más y más. Ben y Eddie se
                encargaron del lavabo y el espejo, mientras ella fregaba el suelo. Stan trabajaba
                en el empapelado con estudiada minuciosidad utilizando un trapo casi seco. Al
                final sacaron la sangre casi por completo, Ben terminó desenroscando la bombilla
                y reemplazándola con una cogida de la despensa. Las tenía en abundancia:
                Elfrida Marsh había comprado una provisión para dos años en la feria anual de
                Derry.
                   Usaron un balde, un líquido limpiador y abundante agua caliente. Cambiaban el
                agua con frecuencia porque a ninguno le gustaba meter las manos allí una vez
                que el agua se ponía rosa.
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