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estrecho que conectaba Main y Center. Allí tropezó con Ben Hanscom, Eddie
                Haspbrak y un niño llamado Bradley, que estaban jugando a arrimar monedas...
                   --¡Hola, Bev! -saludó Eddie-. ¿Tuviste pesadillas después de ver esas películas?
                   --No -dijo Beverly, sentándose en cuclillas para observar el juego-. ¿Cómo estás
                tan enterado?
                   --Me lo contó Ben -replicó Eddie, señalándolo con el pulgar. Ben estaba
                ruborizado sin motivo aparente.
                   --¿Qué películas? -preguntó Bradley.
                   Y entonces Beverly lo reconoció: había ido a Los Barrens con Bill Denbrough.
                Iban juntos a la terapeuta de Bangor. Beverly casi lo descartó de su mente. Si se
                le hubiera preguntado, tal vez habría dicho que, por algún motivo, le parecía
                menos importante que Ben y Eddie, como si estuviera menos allí.
                   --Un par de historias de monstruos -le dijo y se acercó hasta ponerse entre Ben
                y Eddie-. ¿Tiras tú?
                   --Sí -dijo Ben; la miró rápidamente y desvió los ojos.
                   --¿Quién va ganando?
                   --Eddie -informó Ben-. Tiene buena mano.
                   Bev miró a Eddie que se frotaba solemnemente las uñas en la pechera de la
                camisa y soltó una risita.
                   --¿Me dejáis jugar?
                   --Por mí, sí -dijo Eddie-. ¿Tienes monedas?
                   Bev buscó en el bolsillo y sacó tres monedas de un centavo.
                   --Por Dios, ¿cómo te animas a salir de tu casa con semejante fortuna? -preguntó
                Eddie-. Yo me moriría de miedo.
                   Ben y Bradley Donovan se echaron a reír.
                   --Oh, las chicas también solemos ser valientes -respondió Beverly muy seria.
                   Un momento después, todos reían.
                   Bradley tiró el primero; luego, Ben; y finalmente Beverly. Eddie, que iba
                ganando, tenía el último turno. Arrojaba las monedas hacia la pared posterior de la
                farmacia. A veces se quedaban cortos; a veces la moneda rebotaba contra la
                pared. Al final de cada ronda, el que había tirado la moneda más cercana a la
                pared recogía los cuatro centavos. Cinco minutos después, Beverly tenía
                veinticuatro centavos. Había perdido una sola ronda.
                   --¡Eza chica haze trampa! -protestó Bradley, disgustado, y se levantó para irse.
                Había perdido el buen humor. Miró a Beverly con enfado y humillación a un
                tiempo-. No habría que dejar que laz chicaz...
                   Ben se levantó de un salto. Era sobrecogedor ver a Ben Hanscom levantarse de
                un salto.
                   --¡Retira eso!
                   Bradley miró a Ben boquiabierto.
                   --¿Qué?
                   --¡Que retires lo que has dicho! ¡Ella no hizo trampa!
                   Bradley miró a Ben, a Eddie, a Beverly que aún estaba de rodillas. Después, otra
                vez a Ben.
                   --¿Quierez un labio gordo para que haga juego con el rezto de tu perzona,
                eztúpido?
                   --Seguro -dijo Ben.
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