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Se detuvo por un momento frente a la puerta cerrada del baño tratando de
                prepararse para lo que podía encontrar dentro. "Al menos, es de día", pensó, y
                eso la consoló un poco. No mucho, pero al menos un poco. Aferró el pomo de la
                puerta, lo hizo girar y entró.



                   4.


                   Para Beverly fue una mañana muy atareada. Preparó el desayuno para su
                padre: zumo de naranja, huevos revueltos y tostadas, en la versión de Al Marsh
                pan caliente pero poco tostado). Él se sentó a la mesa, parapetado tras el News, y
                lo comió todo.
                   --¿Dónde está el beicon?
                   --No hay más, papá. Lo terminamos ayer.
                   --Prepárame una hamburguesa.
                   --Queda sólo un poco de c... El papel crujió y descendió un poco. Aquella mirada
                azul cayo sobre ella como si tuviera peso.
                   --¿Qué has dicho? -preguntó él con suavidad.
                   --Dije que enseguida, papá. Él la miró sólo un instante más. Luego el periódico
                volvió a subir y Beverly corrió a la nevera para sacar la carne. Preparó una
                hamburguesa aplastando el puñadito de carne picada que quedaba en la nevera
                para que pareciese más grande. Él la comió leyendo la página de deportes
                mientras Beverly le preparaba el almuerzo: un par de bocadillos de mermelada y
                mantequilla de cacahuetes, un gran trozo de tarta que su madre había traído la
                noche anterior del restaurante y un termo de café caliente con azúcar.
                   --Dile a tu madre que quiero ver esta casa limpia hoy mismo -dijo, cogiendo la
                comida-. Parece una cuadra. Me paso todo el día limpiando porquerías en el
                hospital. No me gusta nada encontrar una porqueriza en mi propia casa. No lo
                olvides, Beverly.
                   --No, papá. Se lo diré.
                   Él le dio un beso en la mejilla, la abrazó torpemente y luego se marchó. Como
                de costumbre, Beverly fue a la ventana de su habitación para seguirlo con la vista
                mientras se alejaba por la calle. Como de costumbre, experimentó un subrepticio
                alivio al verle girar en la esquina... y se odió por eso.
                   Lavó los platos y luego salió un rato a la escalera de atrás con el libro que
                estaba leyendo. Lars Theramenius, con su largo pelo rubio reluciendo con su
                serena luz interior, vino con sus pasitos inseguros desde el edificio vecino para
                mostrar a Beverly su nuevo camión y sus nuevos rasguños en las rodillas. Beverly
                miró ambas cosas y propinó grandes exclamaciones. Un momento después la
                llamó su madre.
                   Cambiaron las sábanas de ambas camas, lavaron los suelos y enceraron el
                linóleo de la cocina. Su madre se encargó del suelo del baño, por lo que Beverly
                se sintió agradecida. Elfrida Marsh era una mujer menuda de pelo canoso y
                aspecto ceñudo. Su rostro arrugado decía al mundo entero que llevaba bastante
                tiempo en esta tierra y que pensaba permanecer aquí un poco más .. También
                decía al mundo que nada de todo eso había sido fácil y que no esperaba cambios
                inmediatos en el estado de cosas.
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