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--No veo nada -dijo él-. Estos edificios son viejos, Bev. Los desagües parecen
                autopistas, ¿sabes? Cuando yo trabajaba de portero allá, en la escuela secundaria
                vieja, de vez en cuando salían ratas ahogadas a los inodoros. Las chicas se
                volvían locas. -Rió al pensar en esas manías femeninas-. Casi siempre cuando el
                Kenduskeag estaba alto. Hay menos bichos en las cañerías desde que instalaron
                el sistema nuevo, eso sí. -La rodeó con un brazo para estrecharla-. Mira, vete a la
                cama y no pienses más en el asunto, ¿de acuerdo?
                   Ella sintió su amor por él. "Nunca te pego si no lo mereces, Beverly", le había
                dicho él, una vez, al protestar ella por un castigo injusto. Y tenía que ser cierto,
                claro, porque él era capaz de amar. A veces pasaba todo el día con ella,
                enseñándole a hacer cosas, charlando con ella o paseando por la ciudad, y en
                esas ocasiones Beverly pensaba que su corazón se iba a hinchar de felicidad
                hasta matarla. Lo amaba; trataba de aceptar que él debía corregirla con frecuencia
                porque, según decía, era el trabajo que le había dado Dios. "A las hijas -decía Al
                Marsh-, hay que corregirlas más que a los chicos." Él no tenía hijos varones y
                Beverly sentía, vagamente, que eso también podía ser culpa de ella.
                   --Está bien, papá -dijo.
                   Fueron juntos hasta el pequeño dormitorio de la niña. El brazo ya le dolía por el
                golpe recibido. Ella miró por encima del hombro y vio la pileta ensangrentada, el
                espejo ensangrentado, la pared ensangrentada, el suelo ensangrentado y pensó:
                "¿Cómo voy a hacer para entrar aquí a lavarme? Por favor, Dios, Dios querido,
                perdóname por haber tenido malos pensamientos sobre papá. Puedes castigarme
                todo lo que quieras, porque me lo merezco. Haz que me caiga y me lastime o que
                tenga la gripe, como el año pasado, cuando tosía tanto que una vez vomité, pero
                por favor, Dios, haz que mañana la sangre no esté más, por favor, ¿sí?"
                   El padre la arropó, como todas las noches, y le dio un beso en la frente.
                Después se mantuvo un momento allí, de pie, en la postura que ella recordaría
                siempre como "su" modo de tenerse de pie, tal vez de ser: algo inclinado hacia
                adelante, con las manos metidas en los bolsillos; los ojos azules la miraban desde
                arriba, desde una cara de perro salchicha luctuoso. En años posteriores, cuando
                hacía años que ya no pensaba en Derry, a veces veía a un hombre sentado en el
                autobús, o tal vez de pie en un rincón... formas, oh, formas de hombres, a veces
                atisbadas cuando cerraba el día, a veces vistas al otro lado de una plaza, a la luz
                del mediodía, en un,claro y ventoso día otoñal, formas de hombres, reglas de
                hombres, deseos de hombres: o Tom, tan parecido a su padre cuando se quitaba
                la camisa y se encorvaba ligeramente delante del espejo para afeitarse. Formas
                de hombres
                   --A veces me preocupas, Bev -dijo, pero ya no había enfado ni turbación en su
                voz. Le tocó el pelo con suavidad, apartándoselo de la frente.
                   Entonces ella estuvo a punto de gritar. "¡El baño está lleno de sangre, papá! ¿No
                la has visto? ¡Hay sangre por todas partes! ¿No la has visto?" Pero guardó
                silencio, mientras él salía y cerraba la puerta tras de sí, llenando su cuarto de
                oscuridad.
                   Aún estaba despierta, con la vista perdida en las sombras, cuando llegó su
                madre, a las once y media, y cuando se apagó el televisor. Oyó que sus padres
                entraban en el cuarto matrimonial; oyó también el ruido del somier cuando hicieron
                el amor. Beverly había oído una conversación entre Greta Bowie y Sally Muller,
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