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--Sé cómo se ha puesto en otras ocasiones -dijo Kay, frunciendo el ceño-, ese
                idiota se cree muy hombre.
                   --Estaba como enloquecido -dijo Bev-. Los guardias de seguridad tal vez no
                podrían detenerlo. Así es mejor, créeme.
                   --Está bien -aceptó Kay.
                   Bev pensó, algo sorprendida, que a Kay la desilusionaba la falta de una
                confrontación, de una gran ruptura.
                   --Cobra ese cheque cuanto antes -le indicó Bev, una vez más- , porque él no
                dejará de cancelar las cuentas. Ya verás.
                   --Claro -dijo Kay-. Si lo hace, iré a verlo con un látigo y me cobraré en especies.
                   --No te acerques a él -le aconsejó Beverly-. Es peligroso. Kay. Créeme. Anoche
                estaba... -"estaba como mi padre", iba a decir pero en cambio dijo-. Estaba como
                loco.
                   --Está bien. No te preocupes. Ve a cumplir con tu promesa. Y piensa un poco en
                lo que vendrá después.
                   --Si -mintió Bev.
                   Tenía demasiado en que pensar: en lo que había pasado aquel verano, cuando
                ella tenía once años, por ejemplo. En Richie Tozier, a quien había enseñado a
                usar el yo-yo, por ejemplo. En las voces del desagüe, por ejemplo. Y en algo que
                había visto, algo tan horrible que aun entonces, mientras abrazaba a Kay por
                última vez, junto al largo flanco plateado del ronroneante autobús, su mente no le
                permitía ver.
                   Ahora, mientras el avión del pato en el flanco inicia su largo descenso hacia la
                zona de Boston, su mente retorna a eso otra vez... y a Stan Uris... y al poema sin
                firma que llegó en una postal... y a las voces... y a esos pocos segundos en los
                que estuvo cara a cara con algo que era, tal vez, infinito.
                   Mira por la ventanilla, mira hacia abajo y piensa que la malignidad de Tom es
                insignificante comparada con la malignidad que la está esperando en Derry. Si
                existe alguna compensación, es que allá estará Bill Denbrough... y hubo un tiempo
                en que una niña de once años llamada Beverly Marsh amó a Bill Denbrough.
                Recuerda la postal con el hermoso poema escrito en el dorso, y recuerda haber
                sabido, en otros tiempos, quién lo escribió. Ya no lo recuerda, como tampoco
                recuerda exactamente qué decía el poema... pero piensa que pudo haber sido de
                Bill. Si, bien pudo haber sido obra de Bill Tartaja Denbrough.
                   De pronto recuerda el momento de irse a la cama después de haber visto
                aquellas dos películas de terror, con Richie y Ben. Después de su primera cita. Se
                había hecho la chistosa con Richie, al decir eso; en aquellos tiempos ésa era su
                defensa en la calle; pero una parte de ella se había sentido conmovida,
                entusiasmada y algo asustada En realidad había sido su primera cita aunque
                hubiera dos chicos en vez de uno. Richie le había pagado la entrada, como en una
                verdadera cita. Más tarde, tras la persecución de aquellos matones, pasaron el
                resto de la tarde en Los Barrens. Y Bill Denbrough apareció con otro niño. No
                recuerda quién era, pero si recuerda el modo en que los ojos de Bill se posaron en
                ella por un momento y la sacudida eléctrica que eso le provocó... una sacudida y
                un rubor que pareció calentarle todo el cuerpo.
                   Recuerda haber pensado todo eso mientras se ponía el camisón e iba al baño
                para lavarse la cara y los dientes. Recuerda haber pensado que le llevaría mucho
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