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Aquélla era una casa de apartamentos. Los Marsh vivían en la parte posterior de
                la planta baja. Había otras cuatro unidades. Tal vez hubiera en el edificio una
                criatura que se entretenía hablando dentro de la tubería. Y algún efecto acústico...
                   --¿Hay alguien ahí? -preguntó al desagüe del baño, ahora con voz más alta.
                   De pronto se le ocurrió que, si su padre entraba en ese momento, la creería
                loca.
                   No hubo respuesta del desagüe, pero el desagradable olor pareció acentuarse.
                Le hizo pensar en las cañas de bambú de Los Barrens y en el vertedero;
                convocaba imágenes de fuegos lentos, amargos, y de barro pegajoso que trataba
                de quitarle a una los zapatos.
                   Pero no había niños pequeños en el edificio, eso era lo curioso. Los Tremont
                tenían un niño de cinco y dos niñas menores, pero el señor Tremont había perdido
                su empleo en la zapatería de la avenida Tracker y, después de atrasarse en el
                pago del alquiler, un buen día desapareció poco antes de que terminaran las
                clases, en el destartalado camión del padre. En el primer apartamento del primer
                piso vivía Skipper Bolton, pero tenía catorce años.
                   --Todos queremos conocerte, Beverly...
                   Se llevó la mano a la boca, con ojos dilatados de horror. Por un momento, sólo
                por un momento, creyó haber visto que algo se movía allá abajo. Tuvo súbita
                conciencia de que el pelo le caía sobre los hombros en dos gruesos mechones,
                cerca, muy cerca del desagüe. Algún instinto la obligó a erguir la espalda para
                apartar de ahí su pelo.
                   Miró alrededor. La puerta del baño estaba firmemente cerrada,. Se oía
                débilmente la televisión; Cheyenne Bodie estaba advirtiendo al malo que dejara el
                revolver antes de que alguien saliera herido. Ella estaba sola. Exceptuando, claro
                está, aquella voz.
                   --¿Quién eres? -preguntó al lavabo, en un susurro.
                   --Matthew Clements -murmuró la vozEl payaso me trajo aquí abajo, a los caños,
                y morí. Muy pronto va a ir a buscarte, Beverly. Y a Ben Hanscom, y a Bill
                Denbrough y a Eddie...
                   Ella se llevó las manos a las mejillas y se las apretó con fuerza. Sus ojos se
                ensanchaban... se ensanchaban Sintió frío. De pronto, la voz sonaba ahogada y
                viejísima... pero aun así reptaba en ella una corrupta alegría.
                   --Flotaras aquí abajo con tus amigos, Beverly, todos flotamos aquí abajo. Di a
                Bill que Georgie le envía saludos, di a Bill que Georgie lo echa de menos, pero
                que lo verá pronto, dile que georgie estará en el armario una noche de éstas,
                quizá con un trozo de alambres para hundírselo en el ojo, dile...
                   La voz se quebró con una serie de hipos ahogados; de pronto, una brillante
                burbuja roja se infló en el agujero y estalló, enviando gotas de sangre a la
                porcelana descolorida.
                   En ese momento, la voz ahogada hablaba con celeridad e iba cambiando: ya era
                la voz del niño que se había oído primero, ya la de una chica adolescente, ya la de
                una niña a quien Beverly conocía: Veronica Grogan. Pero Veronica había muerto.
                La habían encontrado en una alcantarilla, muerta.
                   --Soy Matthew... soy Betty... soy Veronica... estamos aquí abajo... aquí abajo,
                con el payaso... y la bestia... y la momia... y el hombre lobo... y contigo, Beverly,
                estamos aquí abajo contigo y flotamos, cambiamos...
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