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Eddie le entregó el frasquito. Stan tomó dos y tras una breve vacilación sacó
                otra. Devolvió el frasquito y tragó las aspirinas una tras otra, haciendo muecas.
                Luego prosiguió con su historia.



                   10.

                   El encuentro de Stan se había producido en una lluviosa tarde de principios de
                primavera, dos meses antes. Con el impermeable puesto, el libro de aves y los
                binoculares guardados en una bolsa, cerrada por un cordel, se había puesto en
                marcha hacia el Memorial Park. Él y su padre solían ir juntos, pero esa noche: su
                padre tenía que trabajar y a la hora de la cena había llamado especialmente para
                hablar con Stan.
                   Un cliente de la agencia, también observador de aves, había distinguido un
                ejemplar que parecía un cardenal macho, Fingillidue richmondena, bebiendo en el
                baño de pájaros del Memorial Park. A esas aves les gustaba comer, beber y
                bañarse hacia el crepúsculo. Era muy raro encontrar un cardenal tan al norte de
                Massachusetts. ¿Iría Stan a ver si podía divisarlo? El tiempo no acompañaba,
                pero...
                   Stan dijo que sí. Su madre le hizo prometer que no se bajaría la capucha del
                impermeable, pero Stan no necesitaba que se lo mencionaran; era muy precavido.
                Nunca había problemas para hacerle usar las botas de goma o los pantalones
                para la nieve.
                   Caminó los dos kilómetros y medio hasta el Memorial Park bajo una llovizna tan
                fina y vacilante que parecía una niebla. El aire estaba opaco, pero excitante. A
                pesar de los últimos montones de nieve que desaparecían bajo la hierba y los
                bosquecillos (Stan los vio como montones de fundas sucias) había olor a brotes
                nuevos. Mientras miraba las ramas de olmos, arces y robles bajo el cielo de
                plomo, Stan pensó que sus siluetas lucían misteriosamente engrosadas.
                Estallarían en una o dos semanas desplegando hojas de un verde delicado, casi
                transparente.
                   "Esta tarde el aire huele a verde", pensó, sonriendo.
                   Caminaba deprisa, porque sólo quedaba una hora de luz. Era tan meticuloso con
                respecto a sus avistamientos como en cuanto a su vestimenta y hábitos de
                estudio; si no disponía de luz suficiente para estar del todo seguro, no anotaría al
                cardenal, aunque en el fondo supiera que lo había visto.
                   Cruzó el Memorial Park en diagonal. La torre depósito era una gran silueta
                blanca a la izquierda, pero Stan apenas le echó una mirada. No tenía el menor
                interés en ella.
                   Memorial Park era un rectángulo que se inclinaba colina abajo. El césped,
                blanco y muerto a esa altura del año, se mantenía bien cortado durante el verano
                y con canteros circulares llenos de flores. Pero no había juegos infantiles. Se le
                consideraba plaza para adultos.
                   En el otro extremo, la pendiente se suavizaba antes de caer abruptamente hasta
                Kansas Street y Los Barrens. En ese sector nivelado estaba el baño de pájaros
                que su padre le había mencionado. Se trataba de un cuenco de piedra de poca
                profundidad, fijado a un pedestal de mampostería demasiado grande para las
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