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--Es cierto -dijo Stan en voz baja-. Lo juro por Dios.
                   --Yo te creo -aseguró Beverly-. Después de lo que pasó en casa, podría creer
                cualquier cosa.
                   Se levantó súbitamente, casi haciendo caer la silla, y fue a la secadora. Empezó
                a sacar los trapos uno a uno para plegarlos. Estaba de espaldas al grupo, pero
                Ben supo que lloraba. Habría querido acercarse, pero le faltó valor.
                   --Tenemos que hablar con Bill sobre esto -dijo Eddie-. Bill sabrá qué hacer.
                   --¿Hacer? -repitió Stan, volviéndose a mirarlo-. ¿Qué cabe hacer?
                   Eddie lo miró.
                   --Bueno...
                   --Yo no quiero hacer nada -siguió Stan. Lo miraba con tanta dureza que Eddie
                se removió en la silla-. Quiero olvidarme de todo. Eso es todo lo que quiero hacer.
                   --No es tan fácil -observó Beverly serenamente, volviéndose. Bev había
                acertado: el sol que entraba en diagonal por las ventanas sucias se reflejó en
                líneas brillantes en sus mejillas-. No se trata sólo de nosotros. Oí hablar a Ronnie
                Grogan. Y el niño que habló primero... tal vez era ese pequeño de los Clements, el
                que desapareció de su triciclo.
                   --¿Y qué? -la desafió Stan.
                   --¿Y si sigue matando? -preguntó ella-. ¿Y si se lleva a otros chicos?
                   Los ojos del niño se cruzaron con los de ella, azules, respondiendo a la pregunta
                sin hablar: "¿Y a mí qué me importa?"
                   Pero Beverly no apartó la vista. Al fin fue Stan quien se vio obligado a hacerlo...
                tal vez porque ella todavía lloraba, pero tal vez porque ella, en su preocupación
                por los demás, se volvía más fuerte.
                   --Eddie tiene razón -dijo Bev-. Tendríamos que hablar con Bill. Después, quizá
                con el comisario...
                   --Muy bien -dijo Stan. Si trataba de mostrarse despectivo, no lo consiguió. Su
                voz sonaba sólo a cansancio-. Niños muertos en la torre depósito. Sangre que
                sólo los niños pueden ver y los adultos no. Payasos que merodean por el canal.
                Globos que flotan contra el viento. Momias. Leprosos bajo los porches. El
                comisario Borton se desternillaría de risa... y después nos mandaría al manicomio.
                   --Si fuéramos todos -propuso Ben-. Si fuéramos juntos...
                   --Seguro -exclamó Stan-. Claro. ¿Por qué no escribes una novela? -Se dirigió a
                la ventana con las manos en los bolsillos, furioso, inquieto y asustado. Miró fuera y
                sin mirarles, repitió- : ¿Por qué no escribes una jodida novela?
                   --No -dijo Ben serenamente-. Será Bill quien escriba las novelas.
                   Stan se volvió, sorprendido y los otros lo miraron. Ben Hanscom tenía una
                expresión horrorizada, como si inesperadamente se.hubiera dado una bofetada.
                   Bev plegó los últimos trapos.
                   --Pájaros -dijo Eddie.
                   --¿Qué? -preguntaron Bev y Ben al unísono.
                   Eddie miraba a Stan.
                   --¿Escapaste gritando nombres de pájaros?
                   --Puede ser -reconoció Stan-. O tal vez la puerta estaba sólo atascada y de
                pronto se soltó.
                   --¿Sin que tú la forzaras? -señaló Bev.
                   Stan se encogió de hombros.
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