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En el patio trasero, en su mayor parte tierra desnuda, hierbas y tendederos,
                había un incinerador herrumbrado. Beverly arrojó los trapos dentro y se sentó en
                los peldaños. Las lágrimas surgieron bruscamente y ella luego no hizo esfuerzo
                por contenerlas.
                   Apoyó los brazos en las rodillas, la cabeza en los brazos, y luego lloró. Lloró
                mientras la señora Doyon ordenaba a Jim que no se quedara en medio de la calle,
                ¿o quería que lo atropellara un coche?





                   Derry: el segundo interludio.


                   Quaeque ipsa misarrima vidi,
                   Et quorum pars magna fui.
                   Virgilio.


                   Con el infinito no se juega.
                   Mean Streets.



                   14 de febrero de 1985. Día de San Valentín.


                   Otras dos desapariciones de niños la semana pasada. Justo cuando empezaba
                a relajarme. Uno de ellos es un chico de dieciséis años llamado Dennis Torrio; la
                otra, una pequeña de sólo cinco que estaba jugando en el patio de su casa, en
                Broadway Oeste. La madre sólo encontró su trineo, uno de esos platillos voladores
                de plástico azul. La noche anterior había caído otra nevada; unos diez centímetros
                de nieve. No había más huellas que las de ella, me dijo el comisario Rademacher
                cuando lo llamé. Creo que lo fastidió muchísimo. Eso no va a quitarme el sueño,
                por cierto; tengo cosas peores que hacer.
                   Le pregunté si podía ver las fotos policiales. Se negó. Le pregunté si las huellas
                se alejaban hacia alguna alcantarilla o reja de cloaca. A eso siguió una larga
                pausa. Luego Rademacher dijo:
                   --Empiezo a preguntarme si no le convendría consultar a un loquero, Hanlon. La
                criatura fue secuestrada por su padre. ¿No lee los diarios?
                   --¿El chico de Torrio también fue secuestrado por su padre? -pregunté.
                   Otra larga pausa.
                   --Deje el asunto en paz, Hanlon -dijo él-. Déjeme a mí en paz. -Y colgó.
                   Claro que leo los diarios. ¿Acaso no los despliego todas las mañanas,
                personalmente, en la sala de lectura de la biblioteca pública? La niña Laurie Ann
                Winterbarger estaba bajo la custodia de su madre desde la primavera de 1982 tras
                un agrio juicio de divorcio. La policía trabaja con la hipótesis de que Horst
                Winterbarger, quien supuestamente trabaja como empleado de mantenimiento de
                maquinarias en alguna parte de Florida, viajó en automóvil a Maine para
                secuestrar a su hija. Suponen que estacionó su coche junto a la casa y que llamó
                a la niña; por eso no había más huellas que las de ella. Sobre el hecho de que la
                niña no había visto a su padre desde los dos años, tienen menos que decir. Parte
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