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cabeza, para no mencionar la sangre sobre mi camisa. Se levantó y señaló el
agujero.
--¿Qué ves allí, negro? -preguntó.
--Su agujero, sargento Wilson -digo.
--Bien, he decidido que no lo quiero. No quiero ningún agujero hecho por un
negro. Vuelva a echar la tierra, soldado Hanlon.
Así que volví a rellenarlo. Cuando terminé estaba poniéndose el sol y empezaba
a hacer frío. Él se acercó a mirar en cuanto di los últimos golpes de pala a la tierra
para asentarla.
--¿Y ahora qué ves, negro? -preguntó.
--Un montón de tierra, señor -dije.
Y él me pegó otra vez. Por Dios, Mikey, esa vez estuve a punto de dar un salto y
abrirle la cabeza con el filo de la pala. Pero si lo hubiera hecho no habría vuelto a
ver el cielo, como no fuera por entre las rejas. Aun así, a veces pienso que habría
valido la pena. El caso es que conseguí mantener la calma.
--¡Eso no es un montón de tierra, estúpido piojoso! -me vocifera, escupiendo
saliva-. ¡Eso es "Mi agujero", y será mejor que saques esa tierra de ahí ahora
mismo!
Así que saqué la tierra de su agujero y después lo volví a rellenar, y después él
viene a preguntarme por qué le había llenado el agujero cuando él se disponía a
cagar dentro. Así que vuelvo a sacar la tierra. Y él se baja los pantalones y apunta
su trasero rojo y flaco hacia el agujero y me sonríe, mientras hace lo suyo, y dice:
--¿Qué tal va, Hanlon?
--Perfectamente, señor -le contesto, porque había decidido no ceder hasta caer
desmayado o muerto. Me sentía humillado.
--Bueno, ya me encargaré de eso -dice él-. Para empezar, le conviene llenar ese
agujero, soldado Hanlon. Mueva ese culo negro. Está perdiendo el ritmo.
Así que lo rellené otra vez; por el modo en que sonreía, me di cuenta de que
apenas estaba empezando. Pero entonces vino un compinche suyo con una
lámpara de gas, a decirle que había habido una inspección por sorpresa y que
Wilson había cometido una infracción por haber estado ausente. Mis amigos
dieron el presente por mí, así que no tuve problemas, pero los de Wilson, si es que
se los puede llamar amigos, no se iban a molestar.
Entonces me dejó ir. Al día siguiente yo esperaba ver su nombre en la lista de
sancionados, pero no apareció. Seguramente dijo al teniente que había estado
enseñando a un negro bocazas quién era el dueño de todos los agujeros de la
base: los que ya estaban cavados y los que no lo estaban. Probablemente le
dieron una medalla en vez de mandarlo a pelar patatas. Y así eran las cosas en la
compañía E, en Derry."
Corría 1958 cuando mi padre me contó esta historia. Calculo que se acercaba a
los cincuenta años, aunque mi madre sólo tenía unos cuarenta. Le pregunté por
qué había vuelto a Derry.
"Bueno, sólo tenía dieciséis años cuando me enrolé -dijo-. Tuve que agregarme
edad para que me aceptaran. Y tampoco fue idea mía. Me lo ordenó mi madre. Yo
era grande, y supongo que por eso pasó la mentira. Nací y me crié en Burgaw,
Carolina del Norte, y allá sólo veíamos carne después de la cosecha de tabaco o
en el invierno, a veces, si mi padre cazaba un mapache o una zarigüeya. el único