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donde el ejército estaba construyendo puentes, ya que no había guerra en
                ninguna parte. Pero fui a parar a Derry, Maine, y a la compañía E.
                   Suspiró y se movió en la silla; era un hombre corpulento, cuyo pelo blanco se
                rizaba hasta pegarse al cráneo. En ese momento teníamos una de las mejores
                fincas de Derry y, probablemente, el mejor puesto caminero de productos al sur de
                Bangor. Los tres trabajábamos mucho y mi padre tenía que contratar mano de
                obra adicional durante la cosecha. Nos iba bien.
                   --Volví porque había visto el Sur y había visto el Norte -dijo él-, y en todas partes
                existía el mismo odio. No fue el sargento Wilson el que me convenció de eso. El
                no era más que un sureño bruto, que llevaba el Sur dondequiera fuese. No
                necesitaba vivir en el Sur para odiar a los negros. Los odiaba, simplemente. No; lo
                que me convenció fue el incendio del Black Spot. Mira, Mikey, en cierto sentido...
                   Echó un vistazo a mi madre, que estaba tejiendo. Ella no había levantado la
                mirada, pero comprendí que escuchaba con atención. Creo que mi padre también
                lo sabía.
                   --En cierto sentido -prosiguió-, fue el incendio lo que me hizo hombre. En ese
                incendio murieron sesenta personas, dieciocho de la compañía E. Cuando terminó
                el incendio ya no quedaba compañía. Henry Whitsun, Stork Anson, Alan Snopes,
                Everett Mccaslin, Horton Sartoris... Todos mis amigos murieron en ese incendio. Y
                no fue obra del viejo sargento Wilson ni de sus amigos, todos campesinos brutos.
                Fue obra de la Liga de la Decencia Blanca, sección Derry. Algunos de los chicos
                que van a la escuela contigo, hijo, fueron sus padres los que encendieron cerillas
                para incendiar el Black Spot. Y no estoy hablando de los chicos pobres, no.
                   --¿Por qué, papá? ¿Por qué hicieron eso?
                   --Era sólo Derry -dijo mi padre, frunciendo el entrecejo. Encendió lentamente su
                pipa y sacudió el fósforo para apagarlo-. No sé por qué ocurrió aquí. No puedo
                explicarlo, pero al mismo tiempo no me sorprende.
                   La Liga de la Decencia Blanca era la versión norteña del Ku Klux Klan,
                ¿entiendes? Marchaban con las mismas sábanas blancas, quemaban las mismas
                cruces, enviaban las mismas cartas de amenazas a los negros que, en opinión de
                ellos, estaban progresando más de lo que les correspondía u ocupando puestos
                destinados a los blancos. En las iglesias donde los predicadores hablaban de la
                igualdad de los negros, a veces ponían cargas de dinamita. Los libros de historia
                hablan más del Kkk que de la Liga de la Decencia Blanca; mucha gente ni siquiera
                sabe que existió, tal vez porque casi todos los libros de historia han sido escritos
                por norteños.
                   Era popular, sobre todo en las grandes ciudades y en las zonas industriales.
                Nueva York, Nueva Jersey, Detroit, Baltimore, Boston, Portsmouth: todas tenían
                sus ramas. En Maine trataron de organizarse, pero sólo tuvieron éxito en Derry.
                Oh, por un tiempo hubo en Lewiston una rama bastante benevolente; pero a ellos
                no les preocupaba que los negros fueran violando mujeres blancas o robando
                trabajo a los blancos, por que allá no había negros. En Lewiston se ocupaban de
                los vagabundos, de los desocupados y del ejército comunista, como llamaban a
                los que se habían quedado sin trabajo. La Liga de la Decencia Blanca solía
                expulsar a esa gente de la ciudad en cuanto entraban. A veces les ponían hortiga
                en el fondillo de los pantalones. A veces prendían fuego a sus camisas.
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