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--Espabílate, Butch. Por los pollos no te van a encerrar, pero sí por la esvástica
                que pintaste en la puerta después de matarlos.
                   Dice Dewey que Butch quedó boquiabierto y Sullivan se fue para que lo pensara.
                Tres días después, Butch dijo a su hermano (el que murió congelado dos años
                después, mientras cazaba borracho) que vendiera su nuevo Mercury, el que Butch
                había comprado con la paga del ejército y del que tanto se pavoneaba. Así que
                cobré mis doscientos dólares y Butch juró incendiar mi casa. Se lo dijo a todos sus
                amigos. Así que una tarde lo alcancé. Él había comprado un viejo Ford, de antes
                de la guerra, para reemplazar al Mercury, y yo tenía una furgoneta desvencijada.
                Lo paré en Witcham street, junto a los patios de maniobra, y bajé con mi
                Winchester.
                   --Si llega a haber un incendio en mi casa, te dejo seco -le dije.
                   --A mí no me hablas así, negro piojoso -chilló entre el enojo y el susto-. Un
                mierda como tú no puede hablar así a un blanco.
                   Bueno, yo estaba harto de todo eso, Mikey. Y sabía que, si no lo asustaba en
                ese momento para siempre, jamás me lo sacaría de encima. No había nadie por
                ahí. Metí una mano en el Ford y lo agarré del pelo. Le puse el cañón del rifle bajo
                el mentón y apoyé la culata contra la hebilla de mi cinturón. Y le dije: "La próxima
                vez que me insultes verás chorrear tus sesos en el techo de este coche. Y lo digo
                en serio, Butch: si hay un incendio en mi casa, te mataré y quizá también a tu
                mujer, a tu mocoso y a ese inútil de hermano que tienes."
                   Entonces se echó a llorar. Nunca había visto algo tan patético.
                   --Qué mal están las cosas -decía-, para que un mier... un neg... un tipo pueda
                amenazar a un trabajador honrado, a plena luz del día, al lado de la carretera.
                   --Sí, las cosas están muy mal -reconocí-, pero eso no me importa. Lo único que
                me importa es saber si quedamos de acuerdo o si quieres aprender a respirar por
                la nuca.
                   Dijo que quedábamos de acuerdo. Y nunca más volví a tener problemas con
                Butch Bowers. Salvo, tal vez, cuando murió tu perro, Mr. Chips. Y no tengo
                pruebas de que Bowers haya metido la mano en eso. A lo mejor Chippy comió un
                cebo envenenado o algo así.
                   Desde ese día nos han dejado bastante tranquilos. Cuando pienso en todo lo
                que viví, no me arrepiento. Aquí hemos vivido bien. Si a veces sueño con el
                incendio, bueno, nadie puede vivir una vida natural sin tener pesadillas de vez en
                cuando."



                   28 de febrero de 1985.

                   Hace varios días que me senté a escribir la historia del incendio del Black Spot,
                tal como me la contó mi padre, y todavía no he llegado a ella. Creo que es en El
                señor de los anillos donde uno de los personajes dice: "Los caminos llevan a otros
                caminos", que no se puede iniciar camino más fantástico que el que parte del
                propio umbral y lleva a la acera, pues desde ahí se puede ir... bueno, a cualquier
                parte. Lo mismo ocurre con los relatos. Uno lleva al siguiente, y a otro, y a otro; tal
                vez van en la dirección que uno deseaba, pero tal vez no. Quizá, a fin de cuentas,
                lo que importa es la voz que narra y no la narración en sí.
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