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Mi padre esbozó una sonrisa agria y torcida.
--No, debió de ser el tío. El padre de Sally Mueller estaba en la universidad, por
aquel entonces. Pero si hubiera estado en Derry, creo que habría apoyado al
hermano. Y por si estás preguntándote hasta qué punto es verdad esta parte de la
historia, sólo puedo decirte que fue Trevor Dawson quien me repitió esta
conversación; ese día estaba fregando el suelo, en el Club de Oficiales y lo oyó
todo.
--Donde mande el gobierno a estos negros es cosa suya, no mía -dice Mueller al
mayor Fuller-. A mí me preocupa dónde vayan los viernes y sábados por la noche.
Si andan de juerga por la ciudad, habrá disturbios. Como sabe, en esta ciudad
tenemos una Liga de la Decencia Blanca.
--Bueno, pero me veo en un aprieto, señor Mueller -le dice el mayor-. No puedo
dejar que vayan al Club de Oficiales, no sólo porque los reglamentos no permiten
que los negros alternen con los blancos, sino porque esto es para oficiales,
justamente, y todos esos negros son soldados rasos.
--Ése tampoco es problema mío. Confío en que usted se haga cargo del asunto.
El rango conlleva responsabilidades. -Y se marchó.
Bueno, Fuller solucionó el problema. La base de Derry era, por esos tiempos,
muy extensa, aunque en el terreno no había casi nada. En total, creo que eran
unas cincuenta hectáreas. Hacia el norte terminaba justo detrás de Broadway
Oeste, donde había una especie de cinturón verde. Donde está ahora el Memorial
Park, allí instalaron el Black Spot.
Era sólo un cobertizo viejo, expropiado a principios de 1930, cuando ocurrió todo
esto, pero el mayor Fuller reunió a la compañía E y nos dijo que sería nuestro
propio club. Oyéndolo, cualquiera habría dicho que era Papá Noel o algo así. Y tal
vez eso pensaba él, puesto que estaba dando un sitio especial a un grupo de
soldados negros, aunque sólo fuera un cobertizo. Después agregó, como si tal
cosa, que en adelante las pocilgas de la ciudad nos estaban prohibidas.
Hubo mucha amargura a causa del asunto, pero ¿qué íbamos a hacer? No
teníamos nada que decir. Fue un tal Dick Hallorann, que estaba de cocinero, quien
sugirió que podríamos arreglarnos bien si nos esmerábamos.
Y lo hicimos. Nos esmeramos de verdad. Y nos quedó bastante bonito, al fin de
cuentas. La primera vez que algunos entramos a echarle un vistazo, quedamos
bastante deprimidos. Era oscuro y maloliente; estaba lleno de herramientas viejas,
cajas y desechos mohosos. Sólo tenía dos ventanucos y no había electricidad. El
suelo era de tierra. Carl Roone se rió, medio con amargura, y dijo: "Este mayor es
todo un príncipe, ¿no? Mirad qué club nos ha regalado. ¡Ja!"
Pero Hallorann nos puso en marcha... Hallorann, Carl y yo. Creo que Dios nos
perdonará por lo que hicimos. Él sabe que no teníamos idea de cómo iba a
terminar aquello.
Después de un tiempo los otros nos siguieron. Como la mayor parte de Derry
estaba fuera de nuestro alcance, no había otra cosa que hacer. Martilleamos,
clavamos, limpiamos... Trev Dawson, que era bastante buen carpintero, nos
enseñó a abrir más ventanas. Y el bribón de Alan Snopes apareció con vidrios de
distintos colores para que los pusiéramos; algo así como un cruce entre vidrios de
carnaval y los que se ven en las iglesias.
--¿De dónde has sacado esto? -le pregunté.