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Dick sujetó a Trev por el pelo, con todas sus fuerzas. Cuando Trev se volvió
                hacia él, le dio una bofetada. Recuerdo que la cabeza de Trev rebotó contra la
                pared y yo creí que Dick se había vuelto loco. Y entonces Dick aulló:
                   --¡Si vas por ahí morirás! ¡Esa puerta está atascada, negro estúpido!
                   --¡Qué sabes tú!-le bramó Trev.
                   Y entonces se oyó un fuerte ¡bang!, como el de un petardo, pero era el tambor
                de Marty Devereaux, que había estallado por el calor. El fuego ya corría por las
                vigas y se estaba encendiendo el aceite del suelo.
                   --¡Claro que sé! -gritó Dick-. ¡Claro que sé!
                   Dick me tomó de la otra mano y por un momento, quedé en medio del tira y
                afloja. Por fin Trev echó un vistazo a la puerta y siguió a Dick. Dick nos llevó hasta
                una ventana y levantó una silla para romperla, pero el calor la hizo estallar antes
                que él. Entonces tomó a Trev Dawson por el fondillo de los pantalones y lo
                impulsó hacia arriba.
                   --¡Trepa! -le grita-. ¡Trepa, hijo de puta!
                   Y Trev subió, pasando de cabeza por el agujero.
                   Después me levantó a mí. Yo me cogí del marco de la ventana para tirar. Al otro
                día tenía las manos llenas de ampollas, porque esa madera ya estaba humeando.
                Caí de cabeza. Si Trev no me hubiera sujetado tal vez me habría roto el cuello.
                   Cuando nos volvimos, aquello era una pesadilla, Mikey. La ventana era sólo un
                cuadrado de luz amarilla y quemante. Las llamas salían por varios puntos del
                techo de lata. Se oían los aullidos de la gente que estaba dentro.
                   Vi que dos manos pardas se agitaban delante del fuego: las manos de Dick.
                Trev Dawson me hizo un estribo con las de él y así llegué hasta la ventana para
                ayudar a Dick. Cuando cargué con su peso, el estómago apoyó contra el edificio, y
                fue como apoyarla contra un horno. Apareció la cara de Dick; por unos segundos
                creí que no podríamos sacarlo. Había respirado un montón de humo y estaba a
                punto de desmayarse. Tenía los labios partidos y la espalda de la camisa le ardía.
                   Y entonces estuve a punto de soltarlo, porque me llegó el olor de la gente que se
                quemaba dentro. Algunos dicen que el olor de carne humana chamuscada es
                como el de costillas de cerdo asadas, pero no es así. Es parecido a lo que se
                huele cuando terminan de castrar potros. Encienden un buen fuego y arrojan todo
                eso allí, y cuando el fuego se aviva se oye que las pelotas de caballo revientan
                como castañas, y así huele la gente cuando empieza a cocinarse dentro de la
                ropa. Olí eso y comprendí que no iba a soportar mucho tiempo, así que tiré una
                vez más con fuerza, y Dick salió. Había perdido un zapato.
                   Perdí apoyo en las manos de Trev y caí. Dick cayó encima de mí. ¡Ese negro
                piojoso tenía una cabeza muy dura! Quedé casi sin aliento por unos segundos,
                rodando y sujetándome la barriga.
                   Al fin pude ponerme de rodillas y luego de pie. Y entonces vi esas figuras que
                corrían hacia la arboleda. Al principio creí que eran fantasmas; después les vi los
                zapatos. Por entonces había tanta luz alrededor del Black Spot que parecía de
                día. Vi los zapatos y comprendí que eran hombres enfundados en sábanas. Uno
                de ellos había quedado algo rezagado. Y vi que...
                   Dejó la frase inconclusa, humedeciéndose los labios.
                   --¿Qué viste, papá? -pregunté.
                   --No importa -dijo-. Dame agua, Mikey.
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