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Las huellas, al secarse, habían dejado leves impresiones lodosas; iban desde la
                puerta de la calle (que cerré con llave; siempre la cierro con llave) hasta el
                escritorio en que dormí.
                   No había huellas que salieran.
                   Sea lo que fuere, vino a mí en la noche, dejó su talismán... y después
                simplemente desapareció.
                   Atado a mi lámpara de lectura había un solo globo, lleno de helio, que flotaba en
                un rayo de sol matinal inclinado diagonalmente desde una de las altas ventanas.
                   En su superficie tenía un retrato mío, sin ojos, con sangre que corría desde las
                cuencas destrozadas y un grito distorsionando la boca sobre la piel de goma.
                   Al mirarlo grité. El grito levantó ecos en toda la biblioteca respondiendo, vibrando
                en la escalera de caracol metálica que lleva a las estanterías.
                   El globo reventó con una fuerte explosión.



                   Tercera parte. Adultos.

                   El descenso
                   hecho de desesperaciones
                   y sin logros
                   realiza un nuevo despertar
                   que es un reverso
                   de la desesperación.
                   Por lo que no podemos lograr, lo que
                   se niega al amor
                   lo que hemos perdido en la anticipación...
                   sigue un descenso,
                   infinito e indestructible.
                   William Carlos Willians, Paterson.


                   ¿No tienes ganas de volver a casa ahora?
                   ¿No tienes ganas de volver a casa?
                   Todos los hijos de Dios se cansan de vagabundear.
                   ¿No tienes ganas de volver a casa?
                   ¿No tienes ganas de volver a casa?
                   Joe South.




                   X. La reunión.

                   1. Bill Dembroug coge un taxi.

                   El teléfono lo arrancó de un sueño demasiado profundo para soñar. Lo buscó a
                tientas, sin abrir los ojos, sin despertar del todo. Si hubiera dejado de sonar en ese
                momento, él habría podido volver a dormir sin pausa, tan fácil y simplemente como
                antes se deslizaba por las colinas nevadas del parque Mccarron, en su Flexible
                Flyer. Uno corría con el trineo, se arrojaba en él y volaba hacia abajo a la
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