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--Sí, eso creo. -Mike hizo una breve pausa-. Estoy seguro.
                   Bill sintió el peso familiar del miedo que se instalaba otra vez en torno a su
                corazón. Entonces, uno se acostumbraba tan pronto a eso. ¿O lo había llevado
                siempre consigo, sin sentirlo, sin pensar, como el hecho inevitable de su propia
                muerte?
                   Buscó sus cigarrillos, encendió uno y apagó la cerilla con la primera bocanada.
                   --¿Ayer no se reunió nadie?
                   --No... no lo creo.
                   --Y tú aún no has visto a ninguno de nosotros.
                   --No, sólo os he hablado por teléfono.
                   --De acuerdo -dijo Bill-. ¿Dónde se hace la reunión?
                   --¿Recuerdas la vieja fundición?
                   --Por supuesto. En Pastare Road.
                   --Estás atrasado, amigo. Ahora se llama Mail Road. Tenemos la tercera galería
                comercial de este estado. "Cuarenta y ocho tiendas diferentes bajo un mismo
                techo, para su comodidad al comprar."
                   --Suena muy n-n-norteamericano, sí.
                   --¿Bill?
                   --¿Qué?
                   --¿Estás bien?
                   --Sí.
                   Pero su corazón palpitaba locamente y el extremo del cigarrillo le temblaba.
                Había tartamudeado. Mike lo sabía. Hubo un momento de silencio. Luego Mike
                dijo:
                   --Pasando la galería hay el restaurante Jade Oriental. Tienen salas privadas
                para grupos. Ayer reservé una. Podemos ocuparla toda la tarde.
                   --¿Crees que tardaremos tanto?
                   --No lo sé.
                   --Si cojo un taxi, ¿sabrá llevarme?
                   --Por supuesto.
                   --¿Terreno neutral? -sugirió Bill.
                   --Sí, supongo que es eso.
                   --¿La comida es buena?
                   --No lo sé. ¿Cómo estás de apetito?
                   Bill soltó una bocanada de humo y una risa mezclada con tos.
                   --No muy bien, amigo.
                   --Sí, ya te oigo -dijo Mike.
                   --¿A mediodía?
                   --Alrededor de la una. Dejemos que Beverly duerma un poco más.
                   Bill apagó el cigarrillo.
                   --Bueno -dijo Bill y anotó el nombre del restaurante en el bloc que había junto al
                teléfono-. ¿Por qué allí?
                   --Porque es nuevo, supongo -dijo Mike-. Me pareció...
                   --¿Se casó?
                   Mike volvió a vacilar.
                   --Ya nos pondremos al día con todo -dijo.
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