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Trev le atizó en el estómago y, mientras él se doblaba en dos, yo junté las
                manos y lo golpeé en la nuca con tanta fuerza como pude. Era cosa de cobardes
                golpear a un hombre por la espalda, pero los momentos desesperados exigen
                medidas desesperadas Y mentiría, Mikey, si no te dijera que fue un placer hacerlo.
                   Cayó como un venado bajo el hacha. Trev corrió al camión, lo puso en marcha y
                lo llevó hasta quedar frente al Black Spot, a la izquierda de la puerta. Puso la
                primera, pisó el acelerador y ¡adelante!
                   --¡Apartaos! -grité a la multitud que estaba alrededor-. ¡Cuidado con el camión!
                   Salieron desperdigados como codornices, y por puro milagro Trev no atropelló a
                nadie. Chocó contra el edificio a cuarenta kilómetros por hora y se estrelló de cara
                contra el volante del camión. Vi que despedía sangre por la nariz cuando sacudió
                la cabeza para despojarse. Puso marcha atrás, retrocedió cincuenta metros y se
                lanzó otra vez. ¡Wam!
                   El Black Spot era sólo lata corrugada, y bastó con esa segunda embestida. Se
                derrumbó todo el costado de aquel horno y las llamas salieron bramando. No me
                explico cómo alguien pudo sobrevivir en ese infierno, pero sí, así fue. La gente es
                mucho más dura de lo que parece, Mikey, y si no me crees fíjate en mí, que estoy
                cogido al mundo sólo con las uñas. Ese lugar era un horno de fundición, un mar de
                llamas y humo, pero la gente salía corriendo en un torrente. Eran tantos que Trev
                ni siquiera se atrevió a retroceder con el camión, por miedo a atropellar a algunos.
                Así que bajó y se me acercó corriendo, dejando el vehículo allí.
                   Nos quedamos viendo el final de todo. En total no habían pasado ni cinco
                minutos, pero parecía una eternidad. Los últimos diez o doce salieron en llamas.
                La gente los sujetaba y los hacía rodar por tierra, tratando de apagarlos Al mirar
                hacia dentro, vimos que otros trataban de salir y comprendimos que no podrían.
                   Trev me cogió de la mano y yo se la apreté con fuerza. Y así nos quedamos, de
                la mano, como tú y yo en este momento, Mikey, él con la nariz partida, la sangre
                corriéndole por la cara y los ojos tan hinchados que se le estaban cerrando.
                Mirábamos a la gente. Ellos fueron los verdaderos fantasmas, sólo brasas con
                forma de hombres y mujeres intentando alcanzar la abertura que Trev había
                abierto con el camión del sargento Wilson. Algunos estiraban las manos, como si
                esperaran que alguien los rescatara. Otros caminaban, nada más, hacia ninguna
                parte. Tenían la ropa en llamas y la cara empapada. Uno tras otro fueron cayendo
                y no se los vio más.
                   La última fue una mujer. Se le había quemado el vestido encima y sólo tenía la
                braga. Ardía como una vela. En el último segundo pareció mirarme a los ojos;
                entonces vi que tenía los párpados en llamas.
                   Cuando ella cayó, terminó todo. El edificio se convirtió en una columna de fuego.
                Cuando llegaron los coches de bomberos de la base y otros dos del cuartel de
                Main Street, ya estaba casi consumido. Así fue el incendio del Black Spot, Mikey.
                   Bebió el resto del agua y me dio el vaso para que lo llenara en el surtidor del
                pasillo.
                   --Creo que esta noche mojaré la cama, Mikey.
                   Lo besé en la mejilla y fui al pasillo para llenarle el vaso. Cuando volví, estaba
                otra vez absorto, con los ojos vidriosos y contemplativos. Dejé el vaso en la
                mesilla de noche y él murmuró "gracias". El reloj de su mesilla marcaba casi las
                ocho. Hora de volver a casa.
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