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velocidad del sonido. De mayor ya no se puede hacer eso, podrías romperte el
                espinazo.
                   Sus dedos se movieron por el disco del teléfono, resbalaron y volvieron a trepar.
                Tuvo la vaga premonición de que era Mike Hanlon; Mike Hanlon, que lo llamaba
                desde Derry para decirle que debía volver, que debía recordar, que habían hecho
                una promesa, que Stan Uris les había cortado las palmas con un fragmento de
                botella y que todos habían hecho una promesa...
                   Pero todo eso ya había ocurrido.
                   Bill había llegado el día anterior, ya avanzada la tarde, poco antes de las seis.
                Era de suponer que, si Mike lo había llamado el último, todos ellos habrían llegado
                a diversas horas; hasta era probable que alguno hubiera pasado allí la mayor
                parte del día. Por su parte, no había visto a ninguno, no sentía ninguna prisa por
                verlos. Después de registrarse en el hotel subió a su habitación y pidió que le
                subieran la comida; una vez que la tuvo ante sí, descubrió que no podía comer.
                Luego se había dejado caer en la cama para dormir sin sueños hasta ese
                momento.
                   Abrió un ojo y buscó torpemente el teléfono. Su mano cayó en la mesilla y él
                siguió tanteando mientras abría el otro ojo. Sentía la cabeza totalmente en blanco,
                totalmente desconectada, como si estuviera funcionando a pilas.
                   Por fin logró levantar el auricular. Se incorporó sobre un codo y se lo puso contra
                el oído.
                   --¿Sí?
                   --¿Bill?
                   Era la voz de Mike Hanlon; al menos, en eso había acertado. Una semana atrás
                no recordaba a Mike en absoluto, pero ahora bastaba una palabra para
                identificarlo. Era maravilloso... pero de un modo aciago.
                   --Sí, Mike.
                   --Te he despertado, ¿no?
                   --No importa. -En la pared, sobre el televisor, había una pintura de pescadores
                de langostas con impermeables amarillos y sombreros de lluvia tendiendo
                trampas. Al mirarlo, Bill recordó dónde estaba, en el Town House de Derry, el hotel
                de Main Street. Unos ochocientos metros más allá, cruzando la calle, estaba el
                parque Bassey, el puente de los Besos, el canal-. ¿Qué hora es, Mike?
                   --Diez menos cuarto.
                   --¿De qué día?
                   --Treinta. -Mike parecía divertido.
                   --Sí. Claro.
                   --He organizado una pequeña reunión -dijo Mike.
                   --¿Sí? -Bill sacó las piernas de la cama-. ¿Han llegado todos?
                   --Todos, menos Stan Uris -dijo Mike. De pronto había en su voz un matiz
                extraño-. La última fue Bev. Llegó anoche, ya tarde.
                   --¿Por qué dices que es la última, Mike? Stan podría llegar hoy.
                   --Stan ha muerto, Bill.
                   --¿Qué? ¿Cómo? ¿Acaso el avión...?
                   --Nada de eso -dijo Mike-. Mira, si no te importa, creo que deberíamos esperar a
                estar juntos. Sería mejor contarlo a todos al mismo tiempo.
                   --¿Tiene algo que ver con esto?
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