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Butch bowers por el pelo para apoyarle el rifle contra el cuello, exigiéndole que lo
dejara en paz. Nos veríamos forzados a hablar de eso pero, si lo hacíamos, yo
acabaría llorando. No podría contenerme. Y a los quince años creo que nada me
asustaba tanto como la idea de llorar delante de mi padre.
Fue durante una de esas pausas interminables, amedrentadoras, cuando volví a
preguntarle por el incendio del Black Spot. Esa tarde lo habían llenado de drogas
porque el dolor era muy fuerte; él perdía la conciencia y volvía a recuperarla; a
veces hablaba con claridad; a veces, en ese idioma exótico que llamo "onirocieno".
En ocasiones yo estaba seguro de que se dirigía a mí, pero a ratos me daba la
impresión de haberme confundido con su hermano Phil. Si le pregunté por lo del
Black Spot no fue por un motivo especial; simplemente me vino a la cabeza y lo
aproveché.
Sus ojos se aclararon y sonrió levemente.
--No lo has olvidado, ¿eh, Mikey?
--No, señor -dije, aunque llevaba tres años o más sin acordarme del asunto-. No
me lo quito de la cabeza.
--Bueno, te lo contaré. Creo que ya tienes edad, con tus quince años, y tu madre
no está aquí para impedírmelo. Además, debes estar enterado. Creo que sólo en
Derry podría ocurrir una cosa así, y también debes saber eso. Para que estés
prevenido. Para ese tipo de cosas, este lugar parece haber tenido siempre las
condiciones adecuadas. Te vas con cuidado, Mikey, ¿verdad?
--Sí -le dije.
--Bueno. -Su cabeza se apoyó otra vez en la almohada-. Así me gusta. -Creí que
se adormecería, pues había cerrado los ojos, pero en cambio comenzó a hablar.
--Cuando yo estaba en la base militar aquí, en 1929 y 1930 había un Club de
Oficiales, en la colina donde está ahora la escuela municipal de Derry. Estaba
justo detrás del Px, donde antes podías comprar un paquete de Lucky Strike por
siete centavos. El Club de Oficiales era sólo un gran cobertizo de chapa
corrugada, pero por dentro lo habían arreglado muy bien: alfombras, cabinas a lo
largo de las paredes, un jukebox. En los fines de semana se podían tomar bebidas
suaves... siempre que uno fuera blanco, claro. Casi todos los sábados por la
noche llevaban bandas de jazz y era un lugar muy bonito. En el bar no se servían
más que gaseosas, por la Prohibición; ya sabes, pero decían que sí se podían
conseguir cosas más fuertes... siempre que uno tuviera estrellita verde en la
tarjeta militar. Era como una contraseña secreta. Casi siempre era cerveza casera,
pero los fines de semana servían cosas más fuertes. Si uno era blanco, claro.
Nosotros, los de la Compañía E, no teníamos autorización para acercarnos, por
supuesto. Así que cuando teníamos pase para salir por la noche, íbamos a la
ciudad. En aquellos tiempos Derry era todavía una ciudad maderera; había ocho o
diez bares, casi todos en una zona que llamaban la Manzana del Infierno. Los
llamaban "puercos ciegos", y estaba bien, porque casi todos los clientes actuaban
como cerdos mientras estaban dentro y, cuando los echaban, salían casi ciegos.
El alguacil y la policía estaban informados, pero esos bares seguían abiertos toda
la noche, como en los buenos tiempos de 1890. Supongo que había algunas
manos untadas, pero tal vez no tantas como puedes pensar, ni con tanto dinero:
en Derry la gente acostumbra hacer la vista gorda. Algunos servían cosas fuertes,