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Bueno, aquí la Liga quedó bastante desarticulada después del incendio del
                Black Spot. Las cosas se les fueron de las manos, ¿comprendes? Como parece
                suceder en esta ciudad, de vez en cuando."
                   Hizo una pausa, chupando su pipa.
                   "--Es como si la Liga de la Decencia Blanca fuera una semilla más -prosiguió-, y
                hubiera encontrado aquí la tierra que le convenía. Era un club para ricos, como
                otro cualquiera. Y después del incendio, todos e limitaron a esconder sus sábanas,
                a protegerse mutuamente, y todo se escondió bajo el papelerío. -Su voz había
                tomado una especie de cruel desprecio que hizo levantar la vista a mi madre, con
                cara de preocupación-. Después de todo, ¿quién había muerto? Dieciocho negros
                del ejército, catorce o quince negros de la ciudad, cuatro miembros de una
                orquesta le negros... y unos cuantos negrófilos. ¿Qué importaba?
                   --Will -dijo mi madre suavemente-, basta ya.
                   --No -dije yo-. ¡Quiero que me lo cuente!
                   --Va siendo hora de que te acuestes, Mikey -dijo él, revolviéndome el pelo con
                su manaza-. Sólo quiero contarte algo más, y no creo que por ahora lo entiendas;
                ni siquiera estoy seguro de entenderlo yo mismo. Lo que pasó aquella noche en el
                Black Spot, por horrible que fuera... no creo que haya pasado por ser nosotros
                negros. Ni siquiera porque el Black Spot estaba cerca de Broadway Oeste, donde
                viven los ricos de Derry. No creo que esa Liga de la Decencia Blanca haya
                funcionado tan bien aquí sólo porque odiaba a los negros y los vagabundos más
                que la gente de Portland, Lewiston o Brunswick. Es por la tierra. Parece que las
                cosas malas, las cosas que dañan, se dan bien en la tierra de esta ciudad. Lo he
                pensado mucho, de año en año. No sé por qué, pero así es.
                   Pero también hay aquí gente buena, y en aquel entonces también había gente
                buena. A los funerales asistieron miles de personas, tanto negros como blancos.
                Los negocios cerraron casi por una semana. Enviaban cestos de comida y cartas
                de pésame con sinceridad. Y muchos echaron una mano. En esa época conocí a
                mi amigo Dewey Conroy, y ya sabes que es blanco como la nieve, pero para mí es
                un hermano. Moriría por Dewey, si él me lo pidiera. Nadie conoce el corazón
                ajeno, pero creo que él también moriría por mí, si a eso vamos.
                   La cosa es que el ejército envió a otra parte a los que sobrevivimos al incendio,
                como si tuviera vergüenza. Y creo que así era. Yo acabé en Fort Hood, donde
                pasé seis años. Allí conocí a tu madre y nos casamos en Galveston, en la casa de
                su familia. Pero en todos esos años no me quité Derry de la cabeza. Y después de
                la guerra traje a tu madre aquí. Y aquí naciste. Y aquí estamos, a menos de cinco
                kilómetros del sitio donde estaba el Black Spot, en 1930. Bueno, creo que es hora
                de que te acuestes, jovencito.
                   ¡Quiero que me cuentes lo del incendio! -pedí-. ¡Cuéntame, papá!
                   Él me miró con ese gesto ceñudo que siempre me hacía callar, tal vez porque no
                lo empleaba con frecuencia. Casi siempre sonreía.
                   --No es cuento para niños -dijo-. Otra vez será, Mikey. Cuando los dos hayamos
                recorrido unos cuantos años mas."
                   Pasaron otros cuatro años antes de que me enterara de lo ocurrido en el Black
                Spot aquella noche; por entonces, las recorridas de mi padre habían llegado a su
                fin. Me lo contó todo desde la cama del hospital donde yacía, atiborrado de
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