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buen recuerdo que conservo de Burgaw es el pastel de zarigüeya con tortas de
maíz.
Cuando murió mi padre, en un accidente con una máquina de labranza, mi
madre dijo que llevaría a Pichón Philly a Corith, donde tenía familia. Pichón: Philly
era el benjamín de la familia.
--¿Te refieres a mi tío Phil? -pregunté, sonriendo al pensar que alguien pudiera
haberlo llamado Pichón Philly. Vivía en Tucson, Arizona; era abogado y estaba en
el ayuntamiento de la ciudad desde hacía seis años. Cuando yo era chico lo
consideraba rico. Supongo que lo era, considerando la posición de los negros en
1958. Ganaba veinte mil dólares al año.
--A él me refiero -confirmó mi madre-. Pero en aquellos tiempos era sólo un
mocoso de doce años, que usaba un sombrero de papel y un mono remendado;
no tenía zapatos. Era el menor, después de mí. Los mayores ya no estaban en
casa: dos habían muerto, dos estaban casados y el otro en la cárcel (Howard
nunca fue trigo limpio).
Vas a ir al ejército -me dijo tu abuela Shirley-. No sé si empiezan a pagar
enseguida, pero en cuanto te paguen me envías un giro. No me gusta que te
vayas, hijo, pero si no nos mantienes a mí y a Philly, no sé qué será de nosotros.
Me dio mi certificado de nacimiento para que lo presentara a la oficina de
reclutamiento y entonces vi que había arreglado la fecha, no sé cómo, para darme
dieciocho años.
Bueno, fui a los tribunales, donde estaba el encargado de reclutar, y pedí
alistarme. Él me dio los formularios y señaló la línea donde tenía que poner mi
marca.
--Sé escribir mi nombre -le dije. Y él rió como si no me creyera.
--Bueno, escribe, negrito -dijo.
--Un momento -repliqué-. Quiero hacerle un par de preguntas.
--Adelante.
--¿Es cierto que en el ejército se come carne dos veces por semana? Eso dice
mi madre, pero quiero asegurarme.
--No, no se come carne dos veces por semana.
--Ya lo imaginaba -dije, pensando que ese hombre parecía un mal bicho, pero
que al menos es un mal bicho sincero. Y entonces él me dijo:
--Se come carne todas las noches.
--Ya veo que me toma por idiota -dije.
--En eso tienes razón, negro.
--De acuerdo, pero si me alisto quiero mandar mi paga a mi madre y a Pichón
Billy.
--Rellena esto -me explica, señalando un formulario para asignaciones-. ¿Qué
otra cosa tienes en la cabeza?
--¿Se puede estudiar para oficial?
Cuando dije eso, él se rió tanto que parecía a punto de ahogarse. Después dijo:
--Mira, hijo, el día en que haya oficiales negros en este ejército, Jesucristo
bailará el charlestón por los teatros. ¿Firmas o no firmas? Se me acaba la
paciencia Además, apestas.
Firmé, y vi que él adjuntaba el formulario de asignación a mi solicitud; después
me tomó juramento y yo ya fui soldado. Creí que me enviarían a Nueva Jersey,