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de la profunda acritud que acompañó al divorcio de los Winterbarger se originó en
                las declaraciones de la mujer, según las cuales Horst Winterbarger habría
                abusado sexualmente de la pequeña en, al menos, dos ocasiones. Pidió al tribunal
                que negara a su marido todo derecho de visita, lo cual fue concedido pese a las
                encendidas réplicas de Winterbarger. Rademacher asegura que la sentencia del
                tribunal, al separar a Winterbarger de su hija única, pudo haberlo impulsado a
                apoderarse de la niña. Eso, al menos, tiene cierta verosimilitud, pero ¿reconocería
                la pequeña Laurie Ann a su padre, después de tres años, al punto de correr a su
                encuentro si él la llamara? Rademacher dice que sí, aunque ella no lo veía desde
                los dos años. Yo no lo creo. Y la madre dice que le había enseñado a no hablar
                con desconocidos ni acercarse a ellos, lección que casi todos los niños de Derry
                aprenden temprano y con efectividad. Rademacher dice que la policía estatal de
                Florida tiene una orden de busca y captura contra Winterbarger y que allí termina
                su responsabilidad.
                   "Los asuntos de custodia pertenecen al campo de los abogados más que al de la
                policía", dijo este idiota gordo y pomposo, según el Derry News del viernes
                pasado.
                   Pero el chico Torrio... Eso es otra cosa. Una vida familiar sin problemas. Jugaba
                al fútbol con los Tigres de Derry. Estaba en el equipo de honor de su escuela. En
                el verano de 1984 había seguido un curso de supervivencia en terreno salvaje con
                excelentes calificaciones. No tenía antecedentes de drogadicción. Estaba de novio
                con una chica que lo quería de verdad. Tenía muchos motivos para vivir y para
                quedarse en Derry al menos por dos o tres años.
                   Pero ha desaparecido.
                   ¿Qué le ocurrió? ¿Una brusca crisis de identidad? ¿Un automovilista ebrio lo
                atropelló y sepultó su cadáver? ¿O está todavía en Derry, tal vez en el lado oscuro
                de Derry, haciendo compañía a gente como Betty Ripsom, Patrick Hockstetter,
                Eddie Corcoran y los otros? ¿Está...?
                   (más tarde)
                   Ya estoy otra vez en lo mismo, recorriendo una y otra vez el mismo terreno sin
                hacer nada constructivo; no hago sino darme cuerda hasta sentir ganas de aullar.
                Doy un respingo cada vez que cruje la escalerilla de hierro que lleva a las
                estanterías. Las sombras me sobresaltan. Me descubro preguntándome cómo
                reaccionaría si, mientras estuviese ordenando los libros en los estantes,
                empujando mi carrito de ruedas de goma, una mano saliera de entre dos hileras
                de volúmenes, una mano que buscara a tientas...
                   Esta tarde tuve otra vez un deseo irresistible de empezar a llamarlos. Hasta
                llegué a marcar el 404, código de Atlanta, donde vive Stanley Uris. Pero me limité
                a sostener el auricular contra la oreja preguntándome si quería llamarlos porque
                estaba realmente seguro, ciento por ciento, o sólo porque estaba tan nervioso que
                no soportaba estar solo; necesito hablar con alguien que sepa (o pueda llegar a
                saber) a qué se deben estos nervios.
                   Por un momento oí a Richie diciendo "¿Insignias? ¿Insignias? ¿Equipos? ¡No
                necesitamos ninguna apestosa insignia, señorrr!", con su voz de Pancho Villa, tan
                claramente como si lo tuviera a mi lado... y colgué. Porque cuando uno quiere ver
                a alguien tanto como yo deseaba ver a Richie (o a cualquiera de ellos) en ese
                momento, no se puede confiar en las propias motivaciones. Nunca mentimos
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