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cosas vivas, cosas con ojos amarillos que no parpadean y que huele muy mal en
                esa oscuridad. Y al cabo de un rato acabas por pensar que tal vez haya todo un
                universo distinto allá abajo, un universo donde hay una luna cuadrada en el cielo,
                donde las estrellas ríen con voces frías; un universo donde algunos triángulos
                tienen cuatro lados y otros cinco, y otros cinco a la quinta potencia. En ese
                universo puede haber rosas que canten. Todo lleva al todo, les habría dicho, si
                hubiera podido. Ved a vuestra iglesia y escuchad esas historias de que Jesús
                caminó sobre las aguas, pero si yo viera a un tipo haciendo eso gritaría hasta
                quedarme ronco. Porque a mí no me parecería un milagro sino una ofensa.
                   Como no podía decir nada de eso, se limitó a insistir:
                   --Asustarse no es problema. Pero no quiero meterme en algo que me haga
                terminar en el manicomio.
                   --Pero ¿nos acompañarás a hablar con él? -preguntó Bev-. ¿Escucharás lo que
                nos diga?
                   --Por supuesto -dijo Stan y se echó a reír-. Tal vez convenga llevar mi álbum de
                pájaros.
                   Todos rieron. Y de esa manera resultó más fácil.



                   12.

                   Beverly se despidió de ellos en la puerta de la lavandería y volvió sola a su casa,
                llevando los trapos. El apartamento aún estaba desierto. Guardó los trapos bajo el
                fregadero de la cocina y cerró el armario. Después miró hacia el baño.
                   "No voy a entrar allí -pensó-. Voy a encender el (televisor para ver Bandas de
                América. Tal vez pueda aprender ese paso de baile."
                   Fue a la sala y encendió el televisor. Cinco minutos después lo apagó, mientras
                Dick Clark mostraba la cantidad de grasa que sale de la cara de la adolescente
                común con sólo una toallita desinfectante Stri-Dex. "Si crees que puedes limpiarte
                la cara sólo con agua y jabón -decía Dick, mostrando la toallita sucia a la cámara
                para que todas las adolescentes de Norteamérica pudieran verla-, fíjate en esto."
                   Beverly fue al armario de la cocina donde estaban las herramientas de su padre.
                Entre ellas había una cinta métrica extensible. La cogió y fue al baño.
                   Estaba reluciente, silencioso. En algún lugar, muy lejos, se oían los chillidos de
                la señora Doyon ordenándo a su hijo Jim que saliera inmediatamente de la calle.
                   Se acercó al lavabo y miró dentro del oscuro ojo del sumidero.
                   Así estuvo por un rato, con las piernas frías como mármol dentro de los
                vaqueros. Sentía los pezones erectos y los labios resecos. Aguardó oír las voces.
                   No hubo voz alguna.
                   Soltó un pequeño suspiro estremecido y comenzó a introducir la cinta de acero
                en el desagüe. Descendió con facilidad, como una espada por la garganta de un
                faquir tragasables. Veinte centímetros, veinticinco, treinta. Y se detuvo al chocar
                contra el codo del caño, tal vez. Beverly la sacudió, sin dejar de empujar, y al fin la
                cinta volvió a deslizarse por la tubería. Cuarenta centímetros. Sesenta, noventa.
                   Mientras observaba la cinta amarilla que surgía de su estuche cromado,
                ennegrecido por las grandes manos de su padre, los ojos de su mente la vieron
                deslizarse por la oscuridad de los tubos, ensuciándose un poco, desprendiendo
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