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--Oh, a no dudarlo -aseguró Rose.
                   --Si apago eso de un soplido, ¿se me concede el deseo? -le preguntó él.
                   --En el Jade Oriental todos los deseos se conceden, señor.
                   La sonrisa de Richie vaciló bruscamente
                   --Aplaudo la intención-dijo-, pero en verdad pongo en duda que sea cierto.
                   Tomaron el postre con avidez.
                   Cuando Bill se recostó hacia atrás, con la barriga tensa contra el cinturón, reparó
                en las copas acumuladas en la mesa. Parecían centenares. Sonrió cobrando
                conciencia de que, por su parte, había consumido dos martinis antes de la comida
                y sólo Dios sabía cuántas cervezas antes del postre. Los otros habían hecho otro
                tanto. En ese estado, hasta unos trozos de bolos fritos les habrían sabido bien. Sin
                embargo, no se sentía ebrio.
                   --Desde que era un chiquillo no comía así -dijo Ben. Lo miraron. Un leve rubor le
                tiñó las mejillas-. Literalmente. Ésta debe de ser la comida más abundante que he
                consumido desde que entré en el ciclo superior de la secundaria.
                   --¿Te pusiste a dieta? -preguntó Eddie.
                   --Sí -dijo Ben-. Según la dieta de libertad de Ben Hanscom.
                   --¿Cómo te decidiste? -preguntó Richie.
                   --Para qué contarlo. Es historia antigua... -Ben cambió de posición, incómodo.
                   --No puedo hablar por los otros -adujo Bill-, pero a mí me gustaría conocerla.
                Vamos, Ben, cuenta. ¿Cómo fue que Ben Calhoun se convirtió en el modelo
                fotográfico que tenemos ante nosotros?
                   --No hay mucho que contar -dijo Ben-. En realidad, nada. Después de aquel
                verano de 1958, pasamos dos años más en Derry. Mi madre se quedó sin trabajo
                y tuvimos que irnos a Nebraska porque allá vivía una hermana de mi madre que
                se ofreció a hospedarnos hasta que saliéramos del paso. No fue muy agradable.
                Mi tía Jean era una maldita avara que se pasaba la vida diciéndole a uno cuál era
                su lugar en el gran plan de las cosas y qué suerte teníamos de que mi madre
                tuviera una hermana caritativa y qué suerte la nuestra de no vernos obligados a
                depender del subsidio de paro y todo ese tipo de cosas. Yo estaba tan gordo que
                le daba asco. No me daba tregua. "Ben, tendrías que hacer más ejercicio. Ben, te
                dará un ataque cardíaco antes de los cuarenta anos si no bajas de peso
                Considerando que en el mundo mueren de hambre tantos niños, Ben, tendría que
                darte vergüenza."
                   Hizo una pausa para beber un poco de agua.
                   --Lo curioso es que también sacaba a relucir a los niños muertos de hambre si
                yo no dejaba mi plato limpio.
                   Richie asintió, riendo.
                   --Bueno, el país estaba saliendo a duras penas de una recesión; mi madre tardó
                casi un año en encontrar trabajo permanente. Cuando abandonamos la casa de
                tía Jean, que vivía en La Vista, y conseguimos una en Omaha, yo había
                aumentado unos cuarenta kilos sobre lo que pesaba cuando me conocisteis. Creo
                que aumenté la mayor parte para mortificar a mi tía.
                   Eddie silbó.
                   --Eso significa que pesabas alrededor de...
                   --Alrededor de noventa y cinco kilos -completó Ben-. Iba a la secundaria East
                Side, de Omaha, y las horas de educación física eran... bueno, bastante
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