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"El hecho -pensó Bill -es que Mike empezará a hablar en cualquier momento y
no estoy seguro de querer saber lo que va a decirnos. El hecho es que mi corazón
está latiéndome demasiado rápido y que siento las manos demasiado frías. El
hecho es que tengo veinticinco años más de lo que debería tener para que este
miedo pudiese justificarse. Y lo mismo puede decirse de todos. Entonces... que
alguien diga algo. Hablemos de nuestras carreras, de nuestros cónyuges, de lo
que se siente al mirar a los antiguos compañeros de juego y darse cuenta de que
uno también ha recibido sus buenos puñetazos en la nariz propinados por el
tiempo. Hablemos de sexo, de béisbol, del precio de la gasolina, del futuro de las
naciones, del Pacto de Varsovia. De cualquier cosa, menos de lo que nos trajo
aquí. Que alguien diga algo."
Alguien habló. Fue Eddie Kaspbrak. Pero no habló de cómo era Edward
Kennedy ni de cuánto dejaba Redford de propina, ni siquiera de por qué había
tenido que seguir usando el inhalador, sino que preguntó a Mike cuándo había
muerto Stan Uris.
--Anteanoche. Cuando hice las llamadas.
--¿Tuvo algo que ver con... con la razón por la que hemos venido?
--Él no dejó nota, de modo que nadie puede saberlo seguro -respondió Mike-.
Pero ocurrió casi inmediatamente después de mi llamada; por eso creo poder
decir que sí.
--Se suicidó, ¿verdad? -dijo Beverly, inexpresiva-. Oh, Dios, pobre Stan...
Los otros estaban mirando a Mike, que terminó su cerveza y dijo:
--Se suicidó, sí. Al parecer, poco después de recibir mi llamada fue al baño, llenó
la bañera, se metió dentro y se cortó las venas.
Bill miró alrededor de la mesa. De pronto parecía rodeada de rostros pálidos,
espantados, nada de cuerpos, sólo esas caras, como círculos blancos. Como
globos blancos, globos de luna, anclados allí por una antigua promesa que
debería haber prescrito hacía mucho tiempo.
--¿Cómo te enteraste? -preguntó Richie-. ¿Salió en los periódicos de aquí?
--No. Desde hace algún tiempo estoy suscrito a los periódicos de las ciudades
más próximas al sitio donde vive cada uno de vosotros. Y les he seguido el rastro.
--Yo soy espía -comentó Richie, agrio-. Gracias, Mike.
--Me correspondía -dijo Mike.
--Pobre Stan -repitió Beverly. Parecía aturdida, como si no pudiera aceptar la
noticia-. Pero aquella vez se portó con tanto valor, con tanta... decisión.
--La gente cambia -dijo Eddie.
--¿Te parece? -pregunto Bill-. Stan era... -Movió las manos sobre el mantel,
tratando de hallar las palabras adecuadas-. Era una persona ordenada, de las que
tienen sus libros separados en obras de ficción: y no ficción... y por orden
alfabético en cada caso. Recuerdo algo que dijo una vez. No recuerdo dónde
estábamos ni qué hacíamos, pero creo que fue hacia el final de las cosas. Dijo que
podía soportar el miedo pero que detestaba estar sucio. Para mí, ésa era la
esencia de: Stan. Tal vez la llamada de Mike fue demasiado. Tal vez vio sólo dos
opciones: conservar la vida y ensuciarse o morir limpio. Tal vez la gente no cambia
tanto como pensamos. Quizá... quizá sólo nos volvemos mas rígidos.
Hubo un momento de silencio. Después Richie dijo:
--Bueno, Mike, ¿qué ha estado pasando en Derry? Cuéntanos.