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Y por un momento fue el hombre lobo adolescente; su cara de licántropo
                plateada por la luna, los miraba con los blancos dientes descubiertos.
                   "¡No podéis detenerme porque soy el leproso!.
                   La cara del leproso, acosada, descarnada, llena de llagas podridas, los miró con
                los ojos del muerto viviente.
                   "¡No podéis detenerme porque soy la momia!"
                   Apareció la cara de la momia, anciana y cubierta de estériles grietas. Antiguos
                vendajes se solidificaban sobre la piel. Ben apartó la vista, pálido.
                   "¡No podéis detenerme porque soy los niños muertos!"
                   --¡"No"! -vociferó Stan Uris.
                   Sus ojos se dilataron sobre dos medialunas de piel amoratada, "Carne de susto",
                pensó Bill, sin saber por qué; doce años más tarde usaría el término en una
                novela, sin la menor idea de dónde lo había sacado, tomándola como los
                escritores toman la palabra exacta en el momento exacto, sencillamente como, un
                regalo del exterior
                   ("otro espacio")
                   de donde vienen, a veces, las palabras acertadas.
                   Stan le quitó el álbum de las manos y lo cerró con violencia. Lo mantuvo
                firmemente cerrado con ambas manos. Miraba en derredor, con ojos desorbitados.
                   --No -dijo-. No, no, no.
                   De pronto, Bill descubrió que le preocupaba más esa reiterada negativa de Stan
                que el payaso. Y comprendió que ésa era la reacción buscada por el monstruo,
                porque...
                   "Tal vez porque "Eso" nos tiene miedo... tiene miedo por primera vez en su
                larguísima vida."
                   Cogió a Stan y lo sacudió dos veces, con fuerza, sujetándolo por los hombros. Al
                chico le castañetearon los dientes; dejó caer el álbum. Mike lo recogió para
                apartarlo apresuradamente; después de lo que había visto no le gustaba tocarlo,
                pero era de su padre y comprendía que Will jamás vería allí lo que él había visto.
                   -No -dijo Stan, suavemente.
                   -Sí -dijo Bill.
                   -No -repitió Stan.
                   -Sí. T-t-todos...
                   -No.
                   -L-l-lo vi-vimos, Stan -insistió Bill, mirando a los otros.
                   -Sí -dijo Ben.
                   -Sí -dijo Richie.
                   -Sí -dijo Mike-. Oh, Dios mío, sí.
                   -Sí -dijo Bev.
                   -Sí -jadeó Eddie, con la garganta cada vez más cerrada.
                   Bill miró a Stan, exigiéndole con los ojos que le sostuviera la mirada.
                   -N-n-no te de-dejes at-atrapar, tío -dijo-. T-t-tú también lo viste.
                   --¡No quería verlo! -gimió Stan. El sudor le cubría la frente.
                   --P-p-pe-pero lo-lo viste.
                   Stan miró a los otros, uno a uno, y se pasó la mano por el pelo corto con un
                largo suspiro tembloroso. Sus ojos parecieron despejarse de esa locura que tanto
                preocupara a Bill.
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