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--Eso no es cierto -interviene Richie y todos lo miran-. Las imágenes son reales.
                Estoy seguro. Son...
                   Y de pronto, otra cosa cae en su sitio, algo nuevo; cae en su sitio con una fuerza
                tan firme que él se cubre las orejas con las manos. Sus ojos se ensanchan detrás
                de las gafas.
                   --¡Oh, Dios mío! -grita súbitamente.
                   Busca a tientas la mesa y se levanta a medias, pero vuelve a caer en la silla con
                un golpe sordo, como si no tuviera huesos. Derrama su lata de cerveza al tratar de
                cogerla, la recoge y bebe el resto. Mira a Mike, mientras los otros lo observan,
                sorprendidos y preocupados.
                   --¡El ardor! -dice, casi gritando-. ¡El ardor en los ojos! ¡Mike! El ardor que sentía
                en los ojos...
                   Mike asiente con la cabeza, sonriendo sombriamente.
                   --¿Ri-Richie? -inquiere Bill-. ¿Q-q-qué pasa?
                   Pero Richie apenas lo oye. La fuerza del recuerdo se abate sobre él como una
                marea, dándole frío y calor, alternativamente. De pronto comprende por qué esos
                recuerdos han vuelto uno a uno. Si hubiese recordado todo al mismo tiempo, esa
                fuerza habría sido como un cañonazo psicológico, disparado a dos centímetros de
                su sien: le habría hecho volar la cabeza.
                   --¡Lo vimos llegar! -dice a Mike-. Tú y yo vimos cómo llegaba "Eso", ¿verdad?
                ¿O fui sólo yo? -Coge la mano de Mike-. ¿Tú también lo viste, Mike? ¿El incendio
                forestal, el cráter?
                   --Lo vi -confirma Mike en voz baja, estrechando la mano de Richie.
                   El otro cierra los ojos por un instante, pensando que jamás ha sentido un alivio
                tan grande en toda su vida, ni siquiera cuando el jet de Los Angeles a San
                Francisco patinó en la pista y se detuvo a un lado sin que nadie saliese herido, sin
                más que algunas maletas caídas. Él había saltado al tobogán de emergencia y
                había ayudado a una mujer que se había torcido el tobillo. La mujer reía,
                repitiendo: "No puedo creer que no haya muerto, no puedo creerlo." Richie, que la
                llevaba casi en vilo con un brazo, mientras hacía señas con el otro a los
                bomberos, dijo: "Bueno, le diré que está muerta. Está muerta. ¿Se siente mejor
                ahora?" Los dos rieron, pero era una risa de alivio. Este alivio, sin embargo, es
                mayor.
                   ¿De qué habláis vosotros dos? -pregunta Eddie, mirándolos.
                   Richie mira a Mike, pero el bibliotecario sacude la cabeza.
                   --Dilo tú, Richie. Yo ya he hablado bastante por hoy.
                   --Vosotros no lo sabéis o tal vez no lo recordáis, porque salisteis -les dice Richie-
                . Mikey y yo fuimos los últimos indios que se quedaron en el agujero de humo.
                   --El agujero de humo -musita Bill. Sus ojos están distantes.
                   --El ardor de mis ojos -dice Richie-, bajo las lentillas. Lo sentí por primera vez
                después de que Mike me telefoneó a California. En ese momento no supe qué era,
                pero ahora sí. Era humo; humo de veintisiete años atrás. -Mira a Mike-.
                ¿Psicológico, dirías? ¿Psicosomático? ¿Algo surgido del subconsciente?
                   --Yo no diría eso -responde Mike en voz baja-. Lo que sentiste fue tan real como
                esos globos, como la cabeza que vi en la nevera o como el cadáver de Tony
                Tracker que vio Eddie. Cuéntales, Richie.
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