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Pero no había resultado así. La energía que uno derrocha siendo niño, la
                energía que uno cree inagotable, se escapa entre los dieciocho y los veintidós
                años reemplazada por algo mucho menos brillante, tan falso como la exaltación de
                la cocaína: decisión, metas, cualquiera de los términos que propone la Cámara de
                Comercio. No era nada notable porque no aparecía de un momento al otro, con un
                estallido. Y eso es lo que daba miedo, pensó Richie. El hecho de que uno no deja
                súbitamente de ser niño. El chico que llevábamos dentro se escurre poco a poco,
                tal como el aire de un neumático pinchado. Y un día, al mirarnos al espejo, nos
                encontramos con la imagen de un adulto. Uno podía seguir llevando vaqueros y
                asistiendo a los conciertos de rock; uno podía teñirse el pelo, pero la cara del
                espejo seguía siendo cara de adulto. Tal vez todo ocurría mientras dormíamos,
                como la visita de los ratones que se llevaban los dientes de leche.
                   "No -piensa-, los dientes no.. los años."
                   Ríe en voz alta ante la estúpida extravagancia de esa imagen y, cuando Beverly
                lo interroga con la vista, descarta la cuestión con un gesto de la mano.
                   --Nada, nena -dice-. Sólo estaba pensando.
                   Pero esa energía ha vuelto. No, no ha vuelto del todo, todavía no, pero está
                volviendo. Y no sólo a él; siente cómo va llenando la habitación. Mike luce bien por
                primera vez desde que todos se reunieron para ese horrible almuerzo. Cuando
                Richie entró en el vestíbulo y vio a Mike sentado con, Ben y Eddie, pensó,
                espantado. "Mike se está volviendo loco, tal vez se prepara para suicidarse." Pero
                ahora esa expresión ha desaparecido. No porque esté sublimada: ha
                desaparecido, en verdad. Richie, allí sentado, vio cómo se borraban los restos,
                mientras revivía la experiencia del pájaro y el álbum. Está energetizado. Y lo
                mismo ocurre con los otros. Se nota en la cara, en la voz, en el gesto de cada uno.
                   Eddie se sirve otra medida de ginebra con zumo de ciruelas. Bill bebe un poco
                de whisky y Mike abre otra lata de cerveza. Beverly echa un vistazo a los globos
                que Bill ha atado a la microfilmadora y acaba, apresuradamente, su tercer vodka
                con naranja. Todos han estado bebiendo con entusiasmo, pero ninguno está ebrio.
                Richie no sabe de dónde sale la energía que siente, pero no es del licor.
                   "Los negros de Derry son unos pájaros tonos": azul.
                   "Los Perdedores siguen perdiendo, pero Stanley Uris se ha puesto a la cabeza":
                naranja.
                   "Por Dios -piensa Richie, abriendo otra cerveza-, bastante malo es que "Eso"
                pueda transformarse en cualquier monstruo, a voluntad, y bastante malo es, que
                pueda alimentarse de nuestros temores. Pero además, resulta ser un chistoso
                aficionado a los juegos de palabras."
                   Es Eddie quien rompe el silencio.
                   --¿Hasta dónde creéis que "Eso" sabe lo que está pasando aquí? -pregunta.
                   --Estaba aquí, ¿no? -observa Ben.
                   --No creo que eso quiera decir gran cosa -responde Eddie.
                   Bill asiente.
                   --Ésas son sólo imágenes -dice-. No estoy seguro de que "Eso" pueda vernos ni
                saber lo que hacemos. Uno puede ver al locutor de televisión, pero él no nos ve a
                nosotros.
                   --Esos globos no son sólo imágenes -dice Beverly, señalándolos con el pulgar-.
                Son reales.
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