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--Qué-qué-quédate quieto un s-s-s...



                   2.


                   --segundo, Ri-Richie. Tienes un mosquito gigante en el cuello.
                   --Oh, cielos -dijo Richie, que odiaba a los mosquitos. Bien miradas las cosas,
                eran como vampiros diminutos-. Mátalo Gran Bill.
                   Bill dio una palmada en el cuello de Richie.
                   Bill puso, la mano, frente a la cara de su amigo. En el centro de una mancha de
                sangre había un cadáver de mosquito aplastado. "Mi sangre -pensó Richie-,
                vertida por vosotros y por muchos más."
                   --Ajjj -protestó
                   --N-n-no te preocupes. El muy m-mmaldito no v-v-volverá a joder a nadie más.
                   Siguieron caminando, dando manotazos a los mosquitos atraídos por el olor de
                su sudor, algo que, años más tarde, sería identificado como, "feromonas", fueran
                lo que fuesen.
                   --Bill, ¿cuándo vas a contar a los otros lo de las balas de plata? -preguntó
                Richie, al acercarse al claro. En ese caso, "los otros" significaba Bev, Eddie, Mike
                y Stan, aunque este último debía de tener una buena idea de lo que ellos estaban
                estudiando en la biblioteca pública. Stan era inteligente, demasiado, pensaba
                Richie. El día en que Mike llevó el álbum de su padre a Los Barrens, Stan había
                estado a punto de volverse loco. En realidad, Richie quedó medio convencido de
                que no volvería a ver a Stan y que el Club de los Perdedores se convertiría en
                sexteto (palabra que a Richie le gustaba usar con frecuencia). Pero el chico había
                vuelto al día siguiente y Richie lo, respetaba aún más por eso-. ¿Se lo contarás
                hoy?
                   --Ho-o-oy no -dijo Bill.
                   --Crees que no dará resultado, ¿verdad?
                   Bill se encogió de hombros. Richie, que quizá entendía a Bill Denbrough como
                nadie hasta la llegada de Audra Phillips, intuyó todo lo, que su amigo habría dicho
                de no ser por su bloqueo verbal: que sólo en las historietas se veía a los chicos
                haciendo balas de plata. En suma, era pura idiotez. Idiotez peligrosa. Podrían
                intentarlo, sí. Hasta era posible que Ben Hanscom lo consiguiera, sí. En una
                película daría resultado, sí. Pero...
                   --¿Y entonces?
                   --Tengo una idea -dijo Bill-. Más sencilla. Pero solo si Be-be... Beverly...
                   --¿Si Beverly qué?
                   --De-dejémoslo.
                   Y Bill no quiso decir nada más al respecto.
                   Llegaron al claro. Si uno, miraba con atención podía notar que la hierba, en ese
                sitio, tenía aspecto apelmazado... "usado". Hasta podía pensarse que había algo
                artificial en la distribución de hojarasca sobre la hierba. Bill recogió una envoltura
                de caramelos (de Ben, casi con toda certeza) y se la guardó distraídamente en el
                bolsillo.
                   Los chicos cruzaron hasta el centro del claro... y un fragmento de suelo, de unos
                veinticinco centímetros por cinco de anchura, giró hacia arriba con un chirrido de
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