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dejarlo seco. De regreso en su granja, después de dormir seis horas, el proceso
                se invertía.
                   Ricky nunca había dejado de impresionar a un parroquiano contándole esa
                historia. A lo mejor es gay, había sugerido una mujer. Ricky le echó una breve
                mirada apreciando su cuidadoso peinado, sus ropas hechas a medida, sus
                pendientes de brillantes, la expresión de sus ojos, y comprendió que venía del
                Este, probablemente de Nueva York, para hacer una breve y obligatoria visita a un
                pariente, tal vez a una antigua compañera de estudios, y no veía la hora de
                regresar. No, había contestado, el señor Hanscom no era ningún marica. Ella
                había sacado un paquete de cigarrillos para ponerse uno entre los labios rojos, a
                la espera de que él se lo encendiera. ¿Cómo lo sabe?, había preguntado ella con
                una sonrisita. Pues lo sé, había contestado él. Y así era. Pensó decirle: Creo que
                es el hombre más solitario que he visto en mi vida, pero no iba a decir una cosa
                así a esa neoyorquina que lo miraba como si él fuera un ejemplar raro y divertido.
                   Esa noche, el señor Hanscom parecía algo pálido, algo distraído.
                   --Hola, Ricky Lee -dijo, sentándose. Después se dedicó a estudiarse las manos.
                   Ricky Lee sabía que iba a pasar los seis, siete u ocho meses siguientes en
                Colorado Springs, supervisando la construcción de un centro cultural, amplio
                complejo de seis edificios insertado en la ladera de una montaña. "Cuando esté
                terminado, la gente dirá que parece como si un niño gigantesco hubiera dejado
                sus bloques de juguete sembrados en una escalera -había dicho Ben a Ricky Lee-
                . Bueno, no todos, pero sí algunos y tendrán razón a medias. Pero creo que va a
                funcionar. Es lo más grande que he intentado y hacerlo va a dar mucho miedo,
                pero creo que funcionará."
                   Ricky Lee se dijo que probablemente el señor Hanscom tenía un poco de ese
                miedo que sienten los actores al salir al escenario. No tenía nada de asombroso ni
                de malo. Cuando uno llega tan alto como para llamar la atención, también puede
                atraer los tiros. O a lo mejor le había picado el bicho de la gripe.
                   Ricky Lee sacó una jarra para cerveza y la colocó debajo del grifo.
                   --De eso no, Ricky Lee.
                   Ricky Lee se volvió sorprendido... y cuando Ben Hanscom lo miró se sintió
                súbitamente asustado. Porque el señor Hanscom no parecía tener miedo al
                escenario, ni a la gripe ni a nada de eso. parecía haber recibido un golpe terrible y
                estar tratando de entender qué diablos le había caído encima. "Murió alguien.
                Aunque no sea casado, todo el mundo tiene familia. Seguro que alguien la palmó
                en la suya. Es eso, seguro."
                   Alguien echó una moneda en el tocadiscos automático y Barbara Mandrell
                comenzó a cantar algo sobre un hombre ebrio y una mujer solitaria.
                   --¿Se siente bien, señor Hanscom?
                   Ben Hanscom miró a Ricky Lee con ojos que, de pronto, parecían diez... no,
                veinte años más viejos que el resto de su cara, y Ricky Lee se quedó atónito al
                observar que el señor Hanscom estaba encaneciendo. Hasta entonces no le había
                visto canas.
                   Hanscom sonrió. Fue una sonrisa espantosa, horrible. Como ver sonreír a un
                cadáver.
                   --Creo que no, Ricky Lee. No señor. Esta noche no me siento nada bien.
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