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4. Eddie Kaspbrak toma su medicamento.
Si uno quiere saber todo cuanto puede saberse del norteamericano de clase
media, hombre o mujer, al acercarse al final de este milenio, basta con echar un
vistazo a su botiquín. Al menos eso se ha dicho. Pero ¡por Dios!, echemos un
vistazo al que Eddie Kaspbrak está abriendo después de apartar
misericordiosamente su cara blanca y sus grandes ojos fijos.
En el estante superior hay Anacin, Excedrin, Excedrin Pm, Contac, Gelusil,
Tylenol y un gran frasco azul de Vicks. Hay una botella de Vivarin, otra de Serutan
y dos de Leche de Magnesia Phillips: la común, que tiene gusto a tiza líquida, y el
nuevo sabor a menta, que tiene gusto a tiza líquida con sabor a menta. Hay un
frasco de Rolaids, conviviendo amistosamente con un gran frasco de Tums. Los
Tums están junto a un frasco de tabletas DiGel con sabor a naranja. Los tres
parecen un terceto de extrañas huchas, llenas de píldoras en lugar de monedas.
En el segundo estante, las vitaminas: allí tenemos la E, la C, la C con
escaramujo. Hay B simple, complejo B y B 12. Hay L-Lysine, que se supone sirve
para esos molestos problemas de la piel, y lecitina, que sirve para ese molesto
colesterol acumulado dentro y alrededor del gran músculo. Hay hierro, calcio y
aceite de hígado de bacalao. Hay Myadec múltiples, Centrum múltiples y, en la
cima del botiquín, solitaria, una enorme botella de Geritol, por las dudas.
Si avanzamos hasta el tercer estante de Eddie, encontraremos la flor y nata de
los medicamentos comerciales. ExLux, las pildoritas de Carter. Son para que
Eddie Kaspbrak no sufra de estreñimiento. A poca distancia, Pepto-Bismol y
Estreptocarbocaftiazol, por si la evacuación es demasiado abundante o dolorosa.
También unos hisopos, en frasco con tapa de rosca, para mantener todo
higienizado una vez se ha cumplido la defecación. Hay Fórmula 44 para la tos,
Dristán para los resfriados, y un gran frasco de aceite de castor. Una latita de
Sucrets, por si a Eddie le duele la garganta, y un cuarteto de enjuagues bucales:
Chloraseptic, Cepacol, Cepestal en inhalador y, por supuesto, el viejo Listerine,
imitado con frecuencia, pero jamás igualado. Visine y Marine para los ojos.
Quadriderm y Neosporin para la piel (segunda línea de defensa, por si el L-Lysine
no responde a las expectativas), y algunas cápsulas de tetraciclina.
Y a un lado, arracimados como amargos conspiradores, hay tres frascos de
champú de brea.
El estante inferior está casi vacío, pero las cosas que hay allí son realmente
serias: con esto se puede volar al espacio, sí. Con esto se puede volar más alto
que el jet de Ben Hanscom y estrellarse con más fuerza que el de Thurman
Munson. Allí hay Valium, Percodan, Elavil y Darvon Compound. También hay otra
caja de Sucrets, pero sin Sucrets: si la abrimos, encontraremos en ella seis
quaaludes.
Eddie Kaspbrak creía en el lema de los boys scouts.
Entró en el baño balanceando un bolso azul. Lo puso sobre el lavabo, abrió la
cremallera y, con manos estremecidas, empezó a echarle botellas, frascos, tubos,
pomos y rociadores. En otras circunstancias, los habría tomado en cautelosos
puñados, pero no había tiempo para sutilezas. Tal como Eddie veía las cosas, la
alternativa era tan simple como brutal: avanzar y seguir avanzando o quedarse en