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--¿Eso es todo?
                   --Eso es todo. Podrías hacerlo hasta dormida, Marty.
                   Ella solía reír como una niña ante ese apodo cariñoso, pero ahora se limitó a
                mirarlo con dolorosa solemnidad infantil.
                   --¿Y si quiere salir a cenar en vez de volver al hotel? ¿O ir a tomar una copa?
                ¿O a bailar?
                   --No creo; pero en todo caso, lo llevas. Si te parece que va a pasar la noche de
                juerga, puedes llamar a Phil Tomas después de la medianoche. Por entonces
                habrá un chófer que pueda reemplazarte. No te cargaría con algo así si tuviera un
                chófer disponible, pero tengo a dos enfermos, a Demetrio de vacaciones y a todos
                los demás comprometidos. A la una de la madruga estarás muy cómoda en tu
                cama, Marty. A la una. Te lo gárgarantizo.
                   Lo de "gárgarantizo", tampoco la hizo reír.
                   Él carraspeó, inclinándose hacia adelante, con los codos en las rodillas. De
                inmediato, la madre fantasma susurró: "No te sientes así, Eddie. Es malo para la
                columna y te oprime los pulmones. Tienes pulmones muy delicados."
                   Volvió a erguirse, apenas consciente de lo que hacía.
                   --Espero que ésta sea la única vez que deba salir a conducir -dijo Myra, casi
                gimiendo-. En los últimos dos años me he vuelto más torpe que un caballo. Y los
                uniformes me quedan tan mal...
                   --Será la última vez, te lo juro.
                   --¿Quién te llamó, Eddie?
                   Como obedeciendo a una clave, una luz barrió la pared y se oyó un claxon: el
                taxi acababa de entrar por el camino de acceso Sintió una oleada de alivio: habían
                utilizado los quince minutos en hablar de Pacino, no de Derry, Mike Hanlon y
                Henry Bowers. Mejor así. Mejor para Myra y también para él. No quería pasar un
                minuto pensando o hablando de esas cosas mientras no fuera imprescindible.
                   Se levantó.
                   --Es mi taxi.
                   Ella se puso de pie, tan apresuradamente que se enredó con el volante del
                camisón y trastabilló. Eddie la sostuvo, pero por un momento el asunto se
                presentó espinoso: Myra lo sobrepasaba en cincuenta kilos.
                   Y estaba gimoteando otra vez.
                   --¡Tienes que decírmelo, Eddie!
                   --No puedo. No hay tiempo.
                   --Nunca me has ocultado nada, Eddie -sollozó ella.
                   --Y ahora tampoco. De veras. Es que no lo recuerdo todo. El hombre que llamó
                era... es... un viejo amigo. Es...
                   --Vas a enfermar -dijo ella, desesperada, siguiéndolo hacia el vestíbulo-. Estoy
                segura. Deja que te acompañe, Eddie, por favor, para que te cuide. Pacino puede
                tomar un taxi o cualquier otra cosa, no se va a morir, ¿qué te parece, eh?
                   Estaba levantando la voz, cada vez más frenética. Para espanto de Eddie,
                comenzó a parecerse a su madre, más y más, tal como había sido en sus últimos
                meses de vida: vieja, gorda y loca.
                   --Te daré friegas en la espalda y me encargaré de que tomes tus píldoras... Te...
                ayudaré... No abriré la boca, si no quieres, pero puedes contarme todo. Eddie.
                ¡Eddie, por favor, no te vayas! ¡Por favor, Eddie! ¡Por favor!
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