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ante la boca de una vieja mina, llena de derrumbes al acecho, de pie allí,
                despidiéndome de la luz del sol."
                   ¡Sí, seguro que sí! Con eso la dejaría muy tranquila.
                   --No -respondió-, no puedo decirte de qué se trata.
                   Y antes de que ella pudiera replicar, antes de que pudiera volver a empezar
                ("¡Eddie, bájate de ese taxi, que te puede dar cáncer!"), se alejó a grandes pasos,
                cada vez más apresurados. Cuando llegó al coche, estaba casi corriendo.
                   Myra seguía de pie en el umbral cuando el taxi retrocedió hasta la calle, y seguía
                allí cuando salieron hacia la ciudad. Una gran sombra negra de mujer, recortada
                contra la luz que brotaba de la casa. Eddie la saludó con la mano y creyó que ella
                hacía lo mismo.
                   --¿Adónde lo llevo? -preguntó el conductor.
                   --A Penne Station -dijo Eddie y aflojó la mano que apretaba el inhalador. Su
                asma se había ido a otra parte.
                   Pero cuatro horas después tuvo más necesidad que nunca de su chisme, al salir
                de una siesta liviana, en una sacudida espasmódica. El hombre de traje sentado al
                otro lado del pasillo, bajó el periódico y lo miró con una curiosidad levemente
                aprensiva.
                   "¡He vuelto, Eddie! -chilló el asma, alegremente-.
                   ¡He vuelto, y a lo mejor esta vez conseguiré acabar. contigo! ¿Por qué no?
                alguna vez tiene que ocurrir, ¿verdad? ¡No puedo seguir jodiéndote eternamente!"
                   El pecho de Eddie se hinchaba y crujía. Cogió a tientas su inhalador, lo apuntó
                hacia su garganta y oprimió el gatillo. Luego volvió a recostarse en el alto asiento,
                estremecido, esperando el alivio. Pensaba en el sueño del que acababa de
                despertar. ¿Sueño? Por Dios, si sólo fuera eso... Temía que fueran recuerdos y no
                sueños. Había visto una luz verde, como la que brillaba dentro del aparato de
                rayos X de la zapatería, y un leproso putrefacto perseguía a un muchachito
                llamado Eddie Kaspbrak, que gritaba a todo pulmón, por unos túneles bajo tierra.
                Corría y corría...
                   (Corre bastante rápido, había dicho el entrenador Black a su madre y corría muy
                rápido con esa nauseabunda cosa siguiéndolo; oh, sí, bien puedes creerlo y
                apostar tu pellejo.)
                   En ese sueño tenía once años y había olido algo como la muerte del tiempo y
                alguien había encendido un fósforo y al bajar la vista había visto la cara de un niño
                llamado Patrick Hockstetter, desaparecido en julio de 1958, y los gusanos
                entraban y salían de sus mejillas y ese horrible olor a gas le salía de dentro y en el
                sueño, que era más recuerdo que sueño, había mirado a un lado y había visto dos
                textos escolares hinchados de humedad y cubiertos de moho. Eso significaba que
                allí abajo había una humedad horrible. Cómo pasé mis vacaciones: composición
                de Patrick Hockstetter. "Las pasé en un túnel, muerto. Mis libros se llenaron de
                moho y se hincharon como catálogos de grandes almacenes." Eddie abrió la boca
                para gritar y fue entonces cuando los escabrosos dedos del leproso se deslizaron
                por su mejilla y se hundieron en su boca, y entonces despertó con esa sacudida y
                se encontró, no en las cloacas de Derry, Maine, sino en un vagón de tren
                cruzando Rhode Island a toda velocidad bajo una enorme luna blanca.
                   El hombre sentado al otro lado del pasillo vaciló.
                   --¿Se siente bien, señor?
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