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¿Acaso con su madre hubiera pasado lo mismo?
Otro recuerdo de Derry se disparó desde el subconsciente como un funesto
fuego de artificio. En Center Street había una zapatería. Se llamaba Shoe Boat.
Allí lo había llevado su madre, un día, cuando no tenía más de cinco o seis años.
Le había indicado que se quedara quieto y se portara bien mientras ella compraba
unas sandalias para una boda. Él se quedó quieto y se portó bien mientras la
madre hablaba con el señor Gardener, uno de los dependientes, pero sólo tenía
cinco años, tal vez seis. Cuando su madre ya había rechazado el tercer par de
sandalias blancas que le enseñaba el señor Gardener, Eddie, aburrido, se dirigió
al rincón más alejado para observar algo que había visto allí.
Al principio pensó que era sólo un cajón grande, puesto de lado. Al acercarse
decidió que era una especie de extraño escritorio. ¡Era tan estrecho...! Estaba
hecho de madera pulida, con líneas curvas y adornos tallados. Además, tenía tres
escalones para subir a él, y Eddie nunca había visto un escritorio con escalones.
Una vez arriba, vio que en la base de aquello había una ranura, un botón a un lado
y arriba (¡maravilloso!), algo que parecía igual al Espacioscopio del capitán Video.
Eddie lo rodeó y encontró un letrero. Seguramente eso había ocurrido a los seis o
siete años, porque había podido leerlo susurrando cada una de las palabras:
"Compruebe si sus zapatos son de la medida correcta."
Volvió a la escalerita, subió los tres peldaños hasta la pequeña plataforma y
metió el pie en la ranura. ¿Eran sus zapatos de la medida correcta? Eddie no lo
sabía, pero ardía por comprobarlo. Hundió la cara en el protector de goma y
oprimió el botón. Una luz verde le inundó los ojos. Eddie ahogó una exclamación.
Estaba viendo un pie que flotaba dentro de un zapato lleno de humo verde. Movió
los dedos, y los dedos que tenía a la vista se movieron también. Eran los suyos,
tal como había sospechado. Y entonces se dio cuenta de que no estaba viendo
sólo sus dedos, sino también sus huesos. ¡Los huesos de su pie! Cruzó el dedo
gordo sobre el segundo, como para ahuyentar la mala suerte y los dedos
fantasmales de la pantalla hicieron una X que no era blanca, sino verde. Vio...
En ese momento su madre lanzó un chillido, un ruido de pánico que perforó el
silencio del local como un bumerang, como una bola de fuego, como la fatalidad a
caballo. Eddie apartó su rostro sobresaltado del visor y la vio correr hacia él.
Volteó una silla y una de esas cosas para medir el pie que siempre hacían
cosquillas salió disparada por el aire. Su amplio busto palpitaba. Su boca era una
O escarlata, redonda de horror. Todas las caras se volvieron para seguirla.
--¡Eddie, sal de ahí! -aullaba-. ¡Sal de ahí, que esas máquinas provocan cáncer!
¡Bájate de ahí! ¡Eddie, Eddieee...!
Él retrocedió como si la máquina se hubiera puesto súbitamente al rojo vivo. En
su sobresalto olvidó los tres escalones. Sus talones encontraron el vacío tras el
peldaño superior y quedó suspendido cayendo lentamente hacia atrás mientras
sus brazos giraban como aspas, perdiendo el equilibrio.
¿No había pensado, con una especie de descabellada alegría: "Me voy a caer.
Voy a descubrir qué siente uno al caerse y golpearse la cabeza. ¡Qué bien!"? ¿No
había pensado eso? O era sólo el hombre que imponía sus ideas adultas a lo que
había pensado... o tratado de pensar la mente infantil, siempre rugiente de
suposiciones confusas e imágenes percibidas a medias, imágenes que perdían
sentido por su misma brillantez.