Page 83 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 83
mañana, no podría levantar el brazo sobre los ojos antes de tragarse tres tabletas
de codeína, pero por el momento sólo sabía que ella lo estaba desafiando. No sólo
había estado fumando: además había tratado de quitarle el cinturón. Oh, amigos y
vecinos, ella se lo había buscado. Atestiguaría ante Dios que ella se lo había
buscado y estaba por conseguirlo.
La llevó a lo largo de la pared disparando el cinturón en una lluvia de golpes. Ella
mantenía las manos en alto para protegerse la cara, pero el resto de su persona
era un blanco fácil. El cinturón emitía gruesos chasquidos de látigo en el silencio
de la habitación. Pero ella no gritaba ni le pedía que parase, como de costumbre.
Peor aún, no lloraba, como siempre lo hacía. Los únicos ruidos eran el cinturón y
la respiración de ambos: la de él, pesada, áspera; la de ella, ligera y rápida.
Beverly se apartó hacia la cama y el tocador que había a un lado. Tenía los
hombros rojos de los golpes del cinturón. Su pelo chorreaba fuego. Él la siguió
torpemente, más lento, pero grande, muy grande. Había jugado al squash hasta
dos años antes, al desgarrarse el tendón de Aquiles. Desde entonces estaba un
poco pasado de peso ("muy pasado" habría sido una expresión más correcta),
pero los músculos seguían allí, como un firme cordaje envainado en la grasa. Aun
así, se alarmó un poco por la falta de aliento.
Ella alcanzó el tocador. Tom supuso que se agazaparía allí, tal vez tratando de
meterse abajo. Pero lo que hizo fue buscar a tientas... girar en redondo... y de
pronto el aire se llenó de proyectiles. Le estaba ametrallando con los cosméticos.
Un frasco de perfume francés le golpeó directamente entre las tetillas, cayó a sus
pies y se hizo trizas. De pronto lo envolvió un asqueante olor a flores.
--¡Basta! -bramó-. ¡Basta, perra!
En vez de cesar, las manos de Beverly arrasaron la superficie de vidrio cogiendo
todo lo que allí había, arrojándolo. Él se palpó el pecho, allí donde lo había
golpeado la botella, incapaz de creer que ella le hubiera arrojado algo. La tapa de
vidrio le había hecho un corte. Apenas un arañazo triangular, pero cierta dama
pelirroja presenciaría la salida del sol desde un hospital. Oh, sí, por cierto, una
dama que...
Un bote de crema lo golpeó sobre la ceja derecha con súbita fuerza. Oyó un
choque sordo que parecía provenir del interior de su cabeza. Una luz blanca
estalló en el campo visual de ese ojo. Retrocedió un paso, boquiabierto. Entonces
fue un poco de Nivea lo que se estrelló contra su panza con un leve ruido a
palmetazo. Y ella estaba... ¿Era posible? ¡Sí! ¡Le estaba gritando!
--¡Me voy al aeropuerto, hijo de puta! ¿Me oyes? ¡Tengo algo que hacer y me
voy! ¡Te conviene quitarte de en medio porque me voy!
La sangre corrió hasta el ojo derecho de Tom, dulzona, caliente. Se enjugó con
los nudillos.
Permaneció allí por un momento, mirándola como si la viera por primera vez. En
cierto sentido era la primera vez que la veía. Los pechos le subían y bajaban con
rapidez. Su rostro echaba fuego, todo rubor y palidez. Tenía los dientes
descubiertos en una mueca feroz. Sin embargo, ya había vaciado la superficie del
tocador. Su depósito de municiones estaba vacío. Él seguía viéndole el miedo en
los ojos... pero no era miedo a él.
--Guarda esa ropa -dijo, intentando no jadear. Eso no quedaría bien. Sonaría a
debilidad-. Después guardas la maleta y te metes en la cama. Y si haces todo eso,