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algo así", dijo Bill. "No sé por qué, pero es una maravilla", había replicado Audra.
Eso fue antes de descubrir que gran parte de los programas eran
norteamericanos, como el de Dallas o interminables espectáculos deportivos que
iban de lo tradicional y aburrido (campeonatos de dardos, en los que todos los
participantes parecían luchadores hipertensos) a lo simplemente aburrido (el fútbol
británico era malo; el criquet, aún peor).
--Ultimamente he pensado mucho en casa -dijo Bill y tomó un sorbo de su
bebida.
--¿En casa? -se extrañó ella. Él rió.
--¡Pobre Audra! Casi once años de matrimonio con un hombre y no sabes nada
de él. ¿Qué sabes de eso? -Volvió a reír y acabó la bebida. Su risa agradó tan
poco a la mujer como lo de verlo con un vaso de whisky en la mano a esa hora de
la mañana. Esa carcajada sonaba como un aullido de dolor-. Me gustaría saber si
alguno de los otros tiene una esposa o un marido que estén descubriendo, en este
momento, la poco que saben. Supongo que sí, forzosamente.
--Sé que te amo, Billy -dijo ella-. Durante once años eso ha sido bastante.
--Lo sé. -Le sonrió. Fue una sonrisa dulce, cansada y asustada.
--Por favor. Cuéntame qué ocurre.
Lo miraba con sus adorables ojos grises, sentada en esa casa alquilada, con los
pies escondidos bajo el ruedo de su camisón, la mujer con la que se había casado
por amor, la que aún amaba. Trató de ver a través de sus ojos para averiguar qué
sabía ella. Trató de verlo como si fuera un cuento. Podía, pero era un cuento que
jamás se vendería.
He aquí a un pobre muchachito del estado de Maine que va a la universidad
gracias a una beca. Durante toda su vida ha querido ser escritor, pero cuando se
inscribe en los cursos literarios se encuentra perdido, sin brújula, en una tierra
extraña y atemorizante. Hay un tipo que quiere ser Updike. Otro desea ser
Faulkner en versión de Nueva Inglaterra, sólo que quiere escribir novelas sobre la
triste vida de los pobres en versos libres. Hay una muchacha que admira a Joyce
Carol Oates, pero piensa que, por haber sido nutrida en una sociedad sexista,
Oates es radiactiva en un sentido literario. Oates no puede ser limpia, dice esta
muchacha. Ella será más limpia. También está el graduado gordo y bajito, que no
puede hablar sino en murmullos. Ese tío ha escrito una obra en la que participan
doce personajes. Cada uno de ellos dice una única palabra. Poco a poco, los
espectadores se dan cuenta de que, al reunir esas palabras sueltas, se obtiene la
frase: "La guerra es la herramienta de los sexistas mercaderes de muerte." La
obra de este tío es calificada con un sobresaliente por el hombre que dicta el
seminario de literatura creativa. Ese instructor ha publicado cuatro libros de poesía
y sus tesis de licenciatura, todo en la imprenta de la universidad. Fuma marihuana
y usa un medallón con el símbolo de la paz. La obra del gordo murmurador es
representada por un grupo teatral guerrillero durante la huelga contra la guerra
que clausura el recinto universitario en mayo de 1970. El instructor representa a
uno de los personajes.
Mientras tanto, Bill Denbrough ha escrito un cuento de misterio del tipo "cuarto
cerrado", tres de cienciaficción y varios de terror, que están en deuda con Edgar
Allan Poe, H. P. Lovecraft y Richard Matheson. En años posteriores dirá que esos