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"Si la ficción y la política llegan, alguna vez, a ser intercambiables, voy a
suicidarme, porque ya no sabré qué hacer. La política cambia siempre, ¿se dan
cuenta? Los cuentos, jamás. -Hace una pausa, sintiéndose un poco bajo, pero sin
poder evitarlo, agrega-: Creo que ustedes tienen mucho que aprender."
Tres días después le vuelve, por correo su nota de renuncia. El tutor la ha
firmado. En el espacio designado para calificación en el momento de dejar el
curso, no ha puesto el "incompleto" o el "regular" que habría correspondido por las
notas obtenidas. Hay, en cambio, un furioso "insuficiente" plantado sobre la línea.
Abajo, el instructor ha escrito: "¿Usted cree que el dinero demuestra algo,
Denbrough?"
--Bueno, en realidad, sí -dice Bill Denbrough a su apartamento vacío.
Y una vez más comienza a reír como enloquecido.
En su último año de universidad se atreve a escribir una novela porque no tiene
idea de lo que está emprendiendo. Escapa de la experiencia rasguñado y con
miedo... pero vivo y con un manuscrito de casi quinientas páginas. Lo envía a The
Viking Press, sabiendo que será la primera de muchas paradas para su libro, que
trata de fantasmas... pero le gusta el logotipo de Viking y la editorial es, por lo
tanto, un buen sitio para comenzar. En realidad, la primera parada es también la
última. Viking compra el libro... y así comienza el cuento de hadas para Bill
Denbrough. El antiguo Bill el Tartaja alcanza el éxito a la edad de veintitrés años.
Tres años más tarde, a cuatro mil quinientos kilómetros de Nueva Inglaterra, logra
una extraña especie de celebridad al casarse con una estrella de cine, cinco años
mayor que él, en la iglesia de Hollywood.
Los periodistas dedicados al cotilleo del espectáculo le auguran siete meses de
duración. Según dicen, la única duda es si acabará en divorcio o en anulación. Los
amigos (y enemigos) de ambas partes tienen, más o menos, la misma sensación.
Dejando a un lado la diferencia de edad, las disparidades son asombrosas. Él es
alto, se está quedando calvo y se inclina un poco hacia la gordura; habla
lentamente cuando está acompañado. Audra, por el contrario, es una estatuaria
belleza de pelo castaño rojizo. Se parece menos a una mujer terrestre que a una
criatura de cierta raza superior y divina.
Se ha contratado a Bill para que escriba el guión de su segunda novela, Los
rápidos negros, sobre todo porque el derecho a hacer al menos el primer borrador
es una condición de venta inmutable, aunque su agente gimiera, considerándolo
una locura. El borrador ha resultado bastante bueno, por cierto, y ha sido invitado
a Universal City para reelaboraciones y reuniones de producción.
Su agente es una mujer menuda, llamada Susan Browne. Mide exactamente un
metro y medio de estatura. Es violentamente enérgica y aún más violentamente
enfática.
--No lo hagas, Billy -le aconseja-. Despídete del asunto. Tienen mucho dinero
invertido en eso y pueden conseguir que alguno de los buenos escriba el guión.
Hasta Goldman, tal vez.
--¿Quién?
--William Goldman, el único buen escritor que se dedicó a eso y consiguió las
dos cosas.
--¿De qué estás hablando, Suze?