Page 103 - El Terror de 1824
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EL TERROR DE 1824 99
jeto, un bulto, un cuerpo, un hombre, ]D. Be-
nigno!... Cayósele de las manos la vara de me-
dir, y dando un grito, extendió los macizos
brazos por encima del mostrador. Cordero, á
quien la emoción tenía mudo y aturdido, no
acertaba á abrazar á su esposa conveniente-
mente, hallándose por medio, como guión en-
tre dos letras, la dura tabla del mostrador, y
le dió una cabezada en el pecho. Entonces
Doña Robustiaua cogióle con sus robustas
manazas, tiró de él suspendiéndole, y D. Be-
nigno quedó de rodillas sobre el mostrador.
Su amante esposa le oprimía contra su delan-
tera, y así estuvieron largo rato entre babas y
sollozos, hasta que vencida por su sensibili
dad, que era más fuerte que ella, cayó redon-
da al suelo la esposa, como uu colchón que
recobra su posición natural. El mancebo co-
rrió en busca de un sangrador.
— Esto no es nada — dijo D. Benigno co-
rriendo á desabrochar el corsé de su esposa,
-que no era tarea de un momento. — Robustia-
na... Robustiana... ¿Y qué tal? ¿Están buenos
los niños? ¿Y Elena?... ¿En dónde están mis
Ijíjos?
El héroe de Boteros se bebía las lágrimas.
No tardó la señora en volver de su soponcio,
y abrazándose nuevamente ambos, derrama-
ron más lágrimas. D. Benigno dijo entre pu j
cheros:
— No más política, no más tonterías. La
lección ha sido buena. Viva mi familia, que es
Jo único que me interesa en el mundo.
Los amigos de las tiendas cercanas acudie-