Page 108 - El Terror de 1824
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104 B. PÉREZ GALDÓS
— ¡Qué lnjol... — exclamó Elena eij son de
amistosa burla.
— |Qué quieres ÍÚ...1 Es posible que tenga
que salir de Madrid para ir á...
—¿A dónde? — preguntó la de Cordero con
viveza.
— A... otra parte — repuso la huérfana ca-
yendo en la cuenta de que había sido indis-
creta.— Todavía no hay nada de cierto.
— De modo que me quedaré sola.,. Pero
muy satisfecha, muy oronda estás hoy.
Sola se echó á reir. Este era el desahogo de
un espíritu á quien la prudencia imponía si-
lencio absoluto. Cuando una alegría tiene en
la boca de su cráter una gran piedra de dis-
creción que la tapa y la ahoga, sólo puede
calmar su hervor riendo como los chicos y los
tontos.
— Tú ríes y yo estoy desesperada- — dijo la
primorosa muñeca dando una patadita en el
suelo y rompiendo de un tirón el hilo que te-
nía entre los dientes. — Solilla, anoche... si su-
pieras lo que me pasó anoche...
-¿Qué?
Este monosílabo lo pronunció Sola distraída
y maquinalmente, porque tenía fija toda su
atención en sí misma.
— ¡Anoche!
— ¡Anoche!... — repitió la amiga, volviéndose
á tocar el pecho para ver si había perdido las
cartas.
— Todavía no se me ha quitado el miedo —
dijo Elena suspendiendo su obra para que
ningún acto perjudicase á la expresión de lo