Page 114 - El Terror de 1824
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110  B.  PÉREZ  GALDÓS



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        Elenita  se  quedó  sola  en  la  calma  y  silencio
      <le  la  casa,  apenas  interrumpidos  por  los  can-
      tornos  de  la  criada,  que  chillaba  en  la  cocina
      acompañándose  con  el  almirez.
        La  desgraciada  joven,  más  infeliz  que  todas
      las  mujeres  nacidas,  según  su  propio  parecer,
      reanudó  su  trabaja  de  coser  puntillas,  en  el
      <cual,  si  no  ponía  la  artífice  gran  atención,  ha-
          bía de  salir  muy  imperfecto.  No  iba  á  las  mil
      maravillas  la  obra,  por  cuya  razón  Elena  des-
            liada con  frecuencia  lo  hecho,  tornando  á  em-
            pezar. A  ratos  aparecían  entre  la  delicada  tela
      -de  arana  algunas  lágrimas  que  so  quedaban
      temblando  en  los  menudos  hilos  nogros,  como
      insectos  de  diamautes  cogidos  en  una  red  do
      pelo.  A  ratos  los  suspiros  de  la  obrera  hacían
       moverse  y  volar  los  pedazos  más  pequeños,  que
      se  remontaban  en  busca  de  otros  climas.  Fre-
                  cuentemente se  picaba  Elenita  con  la  aguja,  y
       muy  á  menudo  se  le  enredaba  el  hilo  entre  los
       dedos,  obligándola  á  detenerse  y  á  perder  los
       minutos.  También  solía  pasar  la  aguja  con
       tanta  presteza  como  si  fuera  puñal  y  con  él
       tratara  de  atravesar  un  corazón  aborrecido.
         Absorta  en  sus  reflexiones,  la  niña  no  ad-
            virtió que  habían  llamado  á  la  puerta,  que  la
       -criada  acababa  de  abrir,  y  que  un  hombre
       -avanzaba  con  pie  muy  quedo,  al  modo  de  la-
            drón, hacia  la  salita  donde  estaba  el  taller  do
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