Page 115 - El Terror de 1824
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EL TERROR DE 1824 111
«ncajes. Así es que al sentir las palabras: «¿se
puede pasar?» la joven dió un grito y saltó
despavorida, cual si se viera en presencia de
un torft del Jarama.
— Váyase usted, Sr. de Romo, váyase us-
ted— exclamó con terror, refugiándose en un
rincón de la estancia. — Mamá no está aquí...
«estoy sola...
— Mejor — repuso Romo sonriendo y tratan-
do de dar á su rostro y á su ademán el aire
no aprendido de la cortesía. — ¿Me como yo á
la gente? ¿Soy ladrón ó facineroso?... No: yo
vengo aquí con móviles de honradez... ¿Po-
drán todos decir lo mismo?
— No, aquí no ha entrado nadie, nadie más
que usted.
— Puesto que usted lo dice, Elenita, lo
•creo — dijo el hombre obscuro tomando una si-
lla.—-Con la venia de usted me sentaré. Estoy
muy fatigado.
— ¡Y se siental
— Sí, porque tenemos que hablar. Atención,
Elenita: yo tengo la desgracia de estar pren-
dado de usted.
— Pues mire usted, yo tengo muchas desgra-
cias, menos esa.
Romo contrajo su semblante, expresando
sus afectos, como los animales, de una mane-
ra muy opaca, digámoslo así, por ser incapaz
de hacerlo de otro modo. No podía decirse si
era el ruin despecho ó la meritoria resignación
lo que determinaba aquel signo ilegible, que
en él reemplazaba á la clara sonrisa, señal
genérica de la raza humana.