Page 118 - El Terror de 1824
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114 B. PÉREZ GALDÓS
trofó al amigo de su familia, gritando así:
— Usted es un malvado, y si yo supiera que
algún día había de caer en el pecado de que-
rerle, ahora mismo me quitaría la vida para
que no pudiera llegar ese día. Usted es un tu-
nante, hipócrita y falsario, y si mi padre dice
que üo, yo diré que sí, y si mi padre y mi ma-.
dre me mandan que le quiera, yo les desobe-
deceré. Hágame usted todo el daño que guste,
pue3 todo lo que venga de usted lo desprecio,
sí, señor, como desprecio su persona toda, sí,
señor; su alma y su cuerpo, sí, señor... Ahora,
¿quiere usted quitárseme de delante, ó tendré
que llamar á la vecindad para que me ayude
á echarle por la escalera abajo?
Al concluir su apóstrofe, la doncella se que-
dó sin fuerzas y cayó en una silla; cayó blan-
da, fría, muerta como la ceniza del papel
cuando ha concluido la rápida llama. No te-
nía fuerzas para nada, ni aun para mirar á su
enemigo, á quien suponía levantado ya para
matarla. Pero el tenebroso Romo, más que co-
lérico, parecía meditabundo, y miraba al sue-
lo, juzgando sin duda indigno de su perversi-
dad grandiosa el conmoverse por la flagela-
ción de una mano blanca. Su resabio do mas-
cullar se había hecho más notable. Parecía
estar rumiando un orujo amargo, del cual ha-
|oía sacado ya el jugo de que nutría perpetua-
emente su bilis. Veíase el movimiento de los
músculos maxilares sobre el carrillo verdoso,
donde la fuerte barba afeitada extendía su zo-
na negruzca. Después miró á Elena de un mo-
do que si indicaba algo, era una especie depa-