Page 121 - El Terror de 1824
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EL TERROR DE 1824 117
-comiéndose á besos la linda cara, sonrosada
de llorar. También él lloraba como una mujer.
— ¿Quién está aquí?... ¿Con quién habla-
bas?— preguntó con viveza el padre, luego que
pasaron las primeras expansiones de su amor.
Al entrar en la sala, D. Beniguo vió á Ro-
mo que iba á su encuentro abriendo también
los brazos.
— ]Ahl ¿estaba usted aquí... era usted...?
jamigo mío!
— No esperábamos todavía al Sr. Cordero —
dijo Romo. — Desconfiaba de que le soltaran á
usted.
— ¿Por qué llorabas, hija mía, antes de yo
entrar? — dijo el patriota, fijando en esto toda
su atención.
— El Sr. Romo — repuso Elena muy turba-
da, pero en situación de poder disimularlo
bieu,— acababa de entrar...
— Yo creí que estaría aquí Doña Robustia-
jua, — añadió el realista.
— Y me decía —prosiguió Elena, —me esta-
ba diciendo que usted... pues, que no había
esperanzas de que le soltaran, padre.
— Eso me dijeron esta mañana en la Super-
intendencia; pero por lo visto las órdenes que
se dieron la semana pasada han hecho efecto.
— Venga acá el mejor de los amigos, venga
acá— exclamó D. Benigno con entusiasmo,
abriendo los brazos para estrechar en ellos á
su salvador.— Otro abrazo .. y otro... A usted
«debo mi libertad. No sé cómo pagarle este be-
neficio... Es como deber la vida... Venga otro
.abrazo... ¡Haber dado tantos pasos para que