Page 124 - El Terror de 1824
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120 B. PÉREZ GALDÓS
puedo consentir, no rail veces... yo tengo mu-
cho corazón... Sola, Sola de mi vida... ¿por
qué me abandonas? ¿por qué te vas, y. dejas
solo, pobre, miserable, á tu buen viejecito que
te adora como á los ángeles? ¿De qué me acu-
sas? ¿Te he faltado en algo? ¿No soy sieirpre
tu perrillo obediente y callado que no respira-
ría si su respiración te molestara?
Diciendo esto, sus lágrimas regaban la al-
mohada y las sábanas revueltas.
Al día siguiente notó que Sola estaba tam-
bién muy triste, y que había llorado; pero no
se atrevió á preguntarle nada.
Por la noche, luego que cenaron, Sola, des-
pués de larga pausa de meditación, durante
ía cual su amigo la miraba como se mira á un
oráculo que va á romper á hablar, dijo sim-
plemente:
— Abuelito Sarmiento, una cosa tengo que
decirte.
D. Patricio sintió que su corazón bailaba
eomo una peonza.
— Pues abuelito Sarmiento — añadió la jo-
ven, mostrando que le era muy difícil decir lo
que decía, — yo, la verdad... ¡tengo una pena,
lana pena tan grande!... Si pudiera llevarte
conmigo, te llevaría, pero me es imposible, es
absolutamente imposible. Me han mandado
ir sola, enteramente sola.
D. Patricio dejó caer su cabeza sobre el pe-
eho, y le pareció que todo él caía, como un
viejo roble abatido por el huracán. Lanzó un
gemido como los que exhala la vida al arran-
ear del mundo su raíz y huir.