Page 129 - El Terror de 1824
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EL  TERROR  DE  1824   125
      pensamiento  se  encaminen  á  Dios,  niña  mía —
      replicó  el  vagabundo  participando  del  entu-
             siasmo de  su  favorecedora. — Haré  todo  lo  que
      mandas.
        —  Y  tendrás  fe.
         — Tendremos  fe...  sí;  venga  fe.
         — Con  ella  resolveremos  todas  las  cuestio-
          nes —dijo  Sola  acariciando  el  flaco  cuello  do
      su  amigo. — Ahora,  abuelito,  es  preciso  que
      nos  recejamos.  Es  tarde.
        — Como  tú  quieras.  Para  los  que  no  duer-
           men, como  yo,  nunca  es  tarde  ni  temprano.
        — Es  preciso  dormir.
        — ¿Duermes  tú?
        — Toda  la  noche.
        — Me  parece  que  rae  engañas...  En  fin,  bue-
          nas noches.  ¿Sabes  lo  que  voy  á  hacer  si  rae
      desvelo?  Pues  voy  á  rezar,  á  rezar  fervorosa-
            mente como  en  mis  tiempos  juveniles,  como
      rezábamos  Refugio  y  yo  cuando  teníannos
      contrariedades,  alguna  deudilla  que  no  podía-
          mos pagar,  alguna  enfermedad  de  nuestro  ado-
           rado Lucas.. .Ello  es  que  siempre  salíamos  bien
      de  todo.
        — A  rezar,  sí;  pero  con  el  corazón,  sin  dejar
      de  hacerlo  con  los  labios.
        — Adiós,  ángel  de  mi  guarda — dijo  Sar-
             miento besándola  en  la  frente. —  Hasta  maña-
          na, que  seguiremos  tratando  estas  cosas.
        Retiróse  Soledad,  y  el  anciano  se  fué  á  su
      cuarto  y  se  acostó,  durmiéndose  prontamente;
      mas  tuvo  la  poca  suerte  de  despertar  al  poco
      tiempo  sobresaltado,  nervioso,  con  el  cerebro
      ardiendo.
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