Page 130 - El Terror de 1824
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126 B. PÉREZ GALDÓS
— Ea, ya estamos desvelados — dijo dando
vueltas en su cama, que había sido para él
durante diez meses un lecho de rosas. — Voy
á poner por obra lo que me mandó la niñu:
voy á rezar.
Disponiendo devotamente su espíritu para
el piadoso ejercicio, rezó todo lo rezable, desde
las oraciones elementales del dogna católico
hasta las que en distintas épocas ha inventado
Ja piedad para dar pasto al insaciable fervor
de los siglos. Sarmiento rezó á Dios, á la Vir-
gen, á los Santos que antaño habían sido sus
abogados, sin olvidar á los que fueron procu-
radores de Refugio, mientras ésta les nece-
sitara.
Mas á pesar de ello, el anciano no advertió
que entrara gran porción de calma en su espí-
ritu; antes bien sentíase más irritado, más in-
quieto, con propensiones á la furia y á protes-
tar contra su malhadada suerte* Como llegara
un instante en que no pudo permanecer en el
abrasado lecho, levantóse en la obscuridad y se
vistió á toda prisa sin estar seguro de ponerse
la ropa al derecho. Sentía impulsos de salir
gritando por toda la casa, y de llamar á Sola,
y echarle en cara la crueldad de su conducta
y decirle: «Ven acá, loca, ¿quién es el infame^
que te llama desde Inglaterra?... ¿Qué vas tú'
á hacer á Inglaterra?... ]Ah! Es un noviazgo
¡o que te llama. Y si es noviazgo, ¡vive Dios!
¿quién es ese monstruo? Dime su nombre, y
correré allá y le arrancaré las entrañas, t
En la sala distinguió débil claridad: supuso
que había luz en el cuarto de su amiga. Paso