Page 126 - El Terror de 1824
P. 126
122 B. PÉREZ GALDÓS
tivas que puedan cuidar de tí como he cui-
dado yo? Hay, sí, personas llenas de abnega-
ción y de amor de Dios, las cuales hacen esto
mismo por oficio, abuelito, y consagran su
vida á cuidar de los pobres ancianos desva-
lidos, de los pobres enfermos y de los niños
huérfanos. A estas personas confiaré á mi po-
bre viejecillo bobo, para que me le cuiden
hasta que yo vuelva.
D. Patricio, que había empezado á hacer
pucheros, rompió á llorar con amargura.
— Soledad, hija de mi alma...- — exclamó. —
Ya comprendo lo que quieres decirme. Tu in-
tención es ponerme en un asilo... ¡Lo dices y
no tiemblasl
Después, variando de tono súbitamente,
porque variaba de idea, ahuecó la voz, alzó la
mano y dijo:
— ¡Y crees tú que á un hombre como éste
se le mete en un hospicio! Sola, Sola, piénsalo
bien. Tú has olvidado qué clase de mortal es
el que tienes en tu casa. ¡Y me crees capaz de
aceptar esa vida obscura, sin gloria y sin tí, sin
tí y sin gloria! ¡ay! los dos polos de mi exis-
tencia... Mira, niña de mi alma, para que
comprendas cuánto te quiero y cómo has con-
quistado mi gran corazón, te diré que yo no
soy el que era; que si mis ideas no han varia-
do, han variado mis acciones y mi conducta.
Y luego, con una seriedad que hizo sonreír
á Sola en medio de su pena, se expresó así:
— Es evidente... porque esto es evidente co-
mo la luz del día... que yo estoy destinado á
coronarme de gloria, á adornar mi frente de