Page 125 - El Terror de 1824
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EL  TERROR  DE  1824    121
        — Es  preciso  tener  resignación — dijo  Sola
      poniéndole  la  mano  en  el  hombro. — Tií,  en
      realidad,  no  eres  hombre  de  mucha  fe,  porque
      -con  esas  doctrinas  de  la  libertad  los  hombres
      de  hoy  pierden  el  temor  de  Dios,  y  principian-
         do por  aborrecer  á  los  curas,  acaban  por  olvi-
           darse de  Dios  y  de  la  Virgen.
        — Yo  creo  en  Dios — murmuró  Sarmiento.
      — Ya  ves  que  he  ido  á  misa  desde  que  tú  me
      lo  has  mandado.
        — Sí,  no  dudo  que  creerás;  pero  no  tan  vi-
              vamente como  se  debe  creer,  sobre  todo  cuan-
         do una  desgracia  nos  cae  encima — dijo  la
      huérfana  co\\  enérgica  expresión. — Ahora  que
      vamos  á  separarnos,  conviene  que  mi  viejecito
      tenga  la  entereza  cristiana  que  es  propia  de  su
      edad  y  de  su  buen  juicio...  porque  su  juicio  es
      bueno,  y  felizmente  ya  no  se  acuerda  de  aque-
          llas glorias,  laureles,  sacrificios,  inmortalida-
          des, que  le  hacían  tan  divertido  para  los  gra-
           nujas de  las  calles.
        — Yo  no  he  renunciado  ni  debo  renunciar
      á  mi  destino, — repuso  el  anciano  humilde-
      mente.
        — Ni  aun  por  mí...
        — Por  tí  tal  vez;  pero  si  te  vas...
        — Si  me  voy,  será  para  volver — replicó  Sola
      con  ternura... — Yo  confío  en  que  el  abuelito
      Sarmiento  será  razonable,  será  juicioso.  Si  el
      abuelito,  en  vez  de  hacer  lo  que  le  mando,  se
      entrega  otra  vez  á  la  vida  vagabunda,  y  vuel-
         ve á  ser  el  hazme  reir  de  los  holgazanes,  ten-
          dré grandísima  pena.  Pues  qué,  ¿no  hay  ea
      él  mundo  y  en  Madrid  otras  personas  carita-
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